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La antología personal de Ricardo Piglia (2014)

“cómo construir una ficción que funcione socialmente”. Ricardo Piglia en Una clase sobre Puig Ricardo Piglia murió en 2017. La Antología personal que acabo de leer es de 2014, la publicó el Fondo de Cultura Económica. Sin saberlo, compré un libro en el que Piglia quiso reunir no lo más valioso sino lo más cercano de su obra, y en cuya selección advirtió la posibilidad de que un lector descubriera su “forma inicial”, es decir, lo verdaderamente personal de su escritura. Los textos incluidos en el libro están organizados en cuatro grupos, cuatro partes de la antología: Cuentos morales; El laboratorio del escritor; Los casos de Croce; y La forma inicial. Las primeras tres se distinguen muy bien por la particularidad de sus formas: narrativa (cuento) en la primera, ensayo (conferencia, crítica, una clase) en la segunda, narrativa (cuento) nuevamente en la tercera. La cuarta parte, denominada La forma inicial contiene un escrito de difícil catalogación (un monólogo) llamado “El senador
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El profesor Jairo Ramírez Rico

La tarea consistía en escribir nuestra propia versión de la Divina comedia , luego de haber leído algunos cantos de la obra de Dante; una tarea más para los estudiantes de décimo, una oportunidad para un muchacho de quince años como yo en ese entonces, con una familia desmoronándose, con todas las dudas posibles sobre su sexualidad y con un deseo incomprensible de no querer estar más en el lugar que estaba. Mi tarea, como era de esperarse, se concentró en el infierno (recuerden que en la obra Dante pasa por el infierno, el purgatorio y el cielo); allí, en una clave que el profesor leyó a la perfección, pude poner toda la desazón y la incertidumbre que embargaba mi corazón adolescente y dramático. No recuerdo más de ese ejercicio, solo que tuvo mucho éxito y que, incluso, hubo dos compañeros que me pagaron para que escribiera sus propios infiernos. Hay quienes están dispuestos a pagar por eso y hay quienes queremos que nos paguen por hacerlo, lo aprendí muy temprano.  Jairo, el profesor

Plata quemada. Leer para el desencuentro

No me había interesado por Ricardo Piglia sino hasta que leí Teoría de la gravedad , de Leila Guerriero. Vi Plata quemada (2000), la película, más por el morbo que suscita la historia de dos delincuentes homosexuales que por seguirle el rastro al escritor argentino. Por Guerriero llegué a una antología personal de Piglia de la que espero hablar luego en este blog; y ahí encontré cosas que no buscaba: cuentos que desconciertan por sus motivos y destrezas formales, ensayos de una apertura envidiable, crítica de alto nivel; encontré a un gran lector. Durante la lectura de la antología supe que tenía que leer Plata quemada (1997), ahora sí, incitado por las afirmaciones de Piglia sobre la tradición en la novela argentina, su concepción de la ficción y su posición respecto a asuntos como la cultura popular y la función social de la escritura literaria.  La novela Plata quemada no es solo la historia de dos delincuentes homosexuales. Los delincuentes son una parte de un sistema social compl

Blancura / la selva oscura

“Mediado ya el camino de la vida, / me vi de pronto en una selva oscura, / y del todo perdido el rumbo cierto”, dice Dante en el primer canto del infierno, de su Divina comedia (año 1304 aproximadamente). En una selva oscura, no blanca. Pues bien, el tránsito contemporáneo a algo (que sabemos es la muerte) que propone Jon Fosse en Blancura vuelve sobre ese motivo cuyo antecedente más importante, no el único, al menos para la tradición literaria occidental, está en el gran poeta de la Edad Media. El sujeto que narra está en la misma situación de Dante: “del todo perdido el rumbo cierto”, solo que antes ha salido en su carro sin un destino planeado y debe detenerse en un bosque ya que el vehículo se atasca. Es fin de otoño y empieza a caer la nieve sobre el bosque. A partir de ahí, comienzan a suceder cosas extrañas: la oscuridad, la presencia de una luz, de los padres y un hombre de traje negro como representación muy moderna de la muerte. Estoy dando por sentado que esta corta novel

La vorágine (1924), un mal augurio

Tenía unos veinte años cuando leí La vorágine (1924) por primera vez. Era estudiante de licenciatura y asumí el reto de leer el canon de la literatura colombiana (me faltaban María y La vorágine porque Cien años de soledad lo leí a los diecisiete). Me gusta recordar la edición que leí en ese entonces: la había conseguido en La Bastilla, de segunda (hoy les decimos libros leídos) y el librero la tenía envuelta en plástico y sellada con cinta adhesiva; no se trataba de un incunable precisamente, pero para mí lo era. Se trataba de una edición de Círculo de lectores incluida en una colección llamada Joyas de la literatura colombiana . La tapa dura, azul oscuro, con sus letras doradas y repujadas me hacían pensar que estaba leyendo un auténtico clásico. Luego recordé que años atrás esas colecciones las compraban en algunas casas como bibliotecas que adornaban las salas de estar.  La vorágine , Colección Joyas de la literatura colombiana, Círculo de Lectores La que compró el estudiante de

Tapar el sol

No utilizaré la palabra con la que pudiera titular este comentario. Retomaré para ilustrar mejor el motivo de mi trivial angustia un dicho de la sabiduría popular: “Tapar el sol con un dedo”. Lo usamos para dar a entender que algo pequeño, como un dedo, pretende abarcar la totalidad de algo grande, como el sol. Aplica para los pretensiosos, para los ambiciosos, también para quienes manipulan y engañan, para quienes quieren hacer creer que su dedito es más grande que el sol. La historia del arte y la literatura, que son el sol de este drama, ha tenido que lidiar siempre con dedos, a veces delgados y débiles, a veces gruesos y fuertes, que han querido ocultarla. Estas formas de ocultamiento comienzan generalmente por una falsa reivindicación del carácter lúdico del arte; su carácter de entretenimiento, la bonitura, el ornamento, el goce y el disfrute, reluce en las voces institucionales que desconocen el sustrato autocrítico de toda manifestación artística ¿qué de lo artístico no nace, n

¿Por qué leer los clásicos (infantiles)?

¿Qué sentido tiene leer fábulas y cuentos clásicos con niñas y niños de estos tiempos del smartphone, los influencers y el tiktok? Esa es la pregunta que me he hecho antes de iniciar un proyecto de lectura de clásicos infantiles con las niñas y niños que hacen parte del club de lectura Leer el mundo , en Amagá. A primera vista, tanto el propósito como la pregunta parecen una necedad mía, lo sé. Son muchos los profes que han sucumbido y asumido el fracaso frente al Goliat que representan los celulares, los contenidos de fácil consumo y el espectáculo audiovisual. Es más, la pregunta puede tornarse necia en un contexto en el que la promoción de lectura y, en cierta medida, la mediación de la lectura en los espacios escolares entronaron al libro álbum como la forma literaria infantil por excelencia. Esopo, Perrault, Lafontaine, Grimm, Andersen, entre otros, quedaron en manos de Disney que, junto a otras productoras de objetos culturales para el consumo infantil, han popularizado interpret