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¿Por qué leer los clásicos (infantiles)?

¿Qué sentido tiene leer fábulas y cuentos clásicos con niñas y niños de estos tiempos del smartphone, los influencers y el tiktok? Esa es la pregunta que me he hecho antes de iniciar un proyecto de lectura de clásicos infantiles con las niñas y niños que hacen parte del club de lectura Leer el mundo, en Amagá.

A primera vista, tanto el propósito como la pregunta parecen una necedad mía, lo sé. Son muchos los profes que han sucumbido y asumido el fracaso frente al Goliat que representan los celulares, los contenidos de fácil consumo y el espectáculo audiovisual. Es más, la pregunta puede tornarse necia en un contexto en el que la promoción de lectura y, en cierta medida, la mediación de la lectura en los espacios escolares entronaron al libro álbum como la forma literaria infantil por excelencia. Esopo, Perrault, Lafontaine, Grimm, Andersen, entre otros, quedaron en manos de Disney que, junto a otras productoras de objetos culturales para el consumo infantil, han popularizado interpretaciones de las historias clásicas y en ese proceso han sepultado no solo los motivos más importantes de esos relatos sino también a sus autores y las tradiciones de las que hacen parte.

Entonces no es una necedad volver a esos textos, leerlos, diseñar nuevos accesos a sus motivos y ponerlos a disposición de las niñas y los niños contemporáneos. En vez de necedad se trata de una toma de posición respecto de la lectura literaria para públicos infantiles; también tiene lugar aquí una visión sobre el papel de los clásicos en la formación de lectoras y lectores; además, en la decisión de leer clásicos junto a los pequeños se manifiesta un gesto político en relación con las tradiciones y con los horizontes de expectativas que entran en juego en el momento que el cerebro de un niño o una niña de un municipio ubicado en las montañas del suroeste antioqueño comienza a establecer conexiones al leer la historia de Barba azul en la versión de Charles Perrault escrito en el siglo XVII.


Y creo que esa puede ser la parte más complicada del proyecto: ¿Qué hacer con los moralismos, los estereotipos, los juicios, lo políticamente incorrecto que, desde nuestro punto de vista contemporáneo, se representa y reproduce en muchas de esas historias? Tengo que decir que muchos de estos dilemas los ayudó a resolver la profesora Natalia Pikouch, mi profesora de literatura infantil en la Universidad de Antioquia, por allá en 2005. Natalia nos dio de leer el Psicoanálisis de los cuentos de hadas, en el que Bruno Bettelheim da a conocer los mecanismos psíquicos que se ponen en funcionamiento cuando una niña o niño se enfrenta a la angustia de personajes niños que han perdido a sus padres, que son castigados, que van a ser cocinados y consumidos por una bruja, que se dejaron seducir por alguien y luego deben afrontar las consecuencias. Todas esas situaciones planteadas de manera directa o indirecta en los cuentos clásicos tienen en común que transmiten la norma, la necesidad de un orden. Si bien estas historias tienen versiones distintas en distintos periodos históricos y culturas, los valores que reproducen generación tras generación no son necesariamente los más libertarios. O no en todos los casos.

Es en este punto donde creo que es tan importante la labor de quien funge como mediador del proceso de lectura. Me gusta hablar de la figura del mediador ya que, en términos socio culturales, está vinculada al acceso, es decir, a la posibilidad de que personas que cuentan con algún tipo de disponibilidad material tengan las herramientas culturales (y cognitivas) necesarias para hacer suya la cultura escrita y participar de sus dinámicas. En el caso de los relatos clásicos la mediación debe generar un contexto para una recepción más crítica de esas historias ¡No se me ha olvidado que esta es una experiencia de mediación con niñas y niños! Las preguntas son muy importantes: ¿Qué es un clásico? ¿Qué clásicos conoces? ¿Has escuchado o leído la historia de Barba azul? ¿De qué se trata la versión que conoces? ¿Sabías que existen otras versiones? ¿Quieres saber para quiénes escribía sus historias Charles Perrault? Con este terreno abonado la lectura de Barba azul, por cierto hecha en voz alta y recorriendo todos los rincones de la sala para mantener atentos a los pequeños, se hace misterio, terror, esperanza y felicidad en los rostros de quienes escuchan.

Vale aclarar que la mediación no termina con la lectura del cuento. Una breve conversación a partir de preguntas por un personaje favorito, o por el momento más emocionante de la historia, quizá ¿Qué hubieras hecho si fueras la esposa de Barba azul?, son una manera de traer a la experiencia propia una situación que se podría quedar en la fantasía. Contribuye a esa recepción crítica la posibilidad de conocer otra versión del cuento. De esta manera, las niñas y niños tendrán más elementos para dialogar consciente e inconscientemente (siguiendo la línea de Bettelheim) con todo el material que les proporcionan los cuentos clásicos. Finalmente, creo fundamental que las lectoras y lectores recreen las historias. Para eso construimos dispositivos como minilibros y sobres secretos que los niños hacen y colorean en papel; allí se incluyen elaboraciones de las historias clásicas que van a dar a sus hogares y, de esa manera, dar continuidad al mecanismo eterno de su funcionamiento. 

Yo sí creo que hay que leer los cuentos clásicos con las niñas y niños. Aunque no le encuentro sentido a competir con tiktok, me parece que viene bien ofrecer a las nuevas generaciones acceso a una gran variedad de productos culturales (entre ellos los clásicos) para que la pobreza del influencer no sea la única disponibilidad. Me resisto a creer que las niñas y los niños no leen, que no gustan de las historias, que los cuentos de Grimm ya no les dicen nada. Cada semana en Leer el mundo ellos me demuestran lo contrario. Eso me justifica.


Comentarios

  1. Nunca es una necedad leer clásicos con los niños. En esa lectura se unen todos los instrumentos para formar lectores. Cuando se contextualiza un clásico el universo se hace más grande. Y sobre todo si es con un niño

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  2. Usted lo ha dicho, recordado profesor. Ya a esa pregunta había respondido Ítalo Calvino también: ¿Por qué leer los clásicos?

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