Ir al contenido principal

El profesor Jairo Ramírez Rico

La tarea consistía en escribir nuestra propia versión de la Divina comedia, luego de haber leído algunos cantos de la obra de Dante; una tarea más para los estudiantes de décimo, una oportunidad para un muchacho de quince años como yo en ese entonces, con una familia desmoronándose, con todas las dudas posibles sobre su sexualidad y con un deseo incomprensible de no querer estar más en el lugar que estaba. Mi tarea, como era de esperarse, se concentró en el infierno (recuerden que en la obra Dante pasa por el infierno, el purgatorio y el cielo); allí, en una clave que el profesor leyó a la perfección, pude poner toda la desazón y la incertidumbre que embargaba mi corazón adolescente y dramático. No recuerdo más de ese ejercicio, solo que tuvo mucho éxito y que, incluso, hubo dos compañeros que me pagaron para que escribiera sus propios infiernos. Hay quienes están dispuestos a pagar por eso y hay quienes queremos que nos paguen por hacerlo, lo aprendí muy temprano. 

Jairo, el profesor, solía pedir ese tipo de tareas. Textos extensos que había que leer completos; talleres infinitos que luego se entregaban en carpetas gordas de tanto papel; proyectos que parecían tesis de grado y que implicaban tardes enteras en la biblioteca de la Normal ¡Qué hermoso el recuerdo de las tardes en la biblioteca de la Normal! Creo que tuve la nota máxima con el ejercicio sobre la Divina comedia y, si no la tuve, así lo quise recordar. Me reservo ese derecho. Ese día el profesor se fijó en mi escritura y señaló algo en el texto garabateado a mano. Debió decir muchas cosas, pero yo, como el que escucha nombrar por primera vez, me quedé con “escribir”, “leer”, “literatura”. Eso, sin lugar a duda, entró a jugar en esa rueda de la fortuna que fue mi elección profesional, mi casi suicida predilección por los libros, la lectura, la literatura y la educación. 

Gustave Doré, Ilustraciones del Quijote, La muerte

Han pasado veinticinco años. Aún me es familiar la voz de ese profesor mencionando a Cervantes, a Dante, a García Márquez, a Neruda, a Mario Benedetti, a Tomás Carrasquilla… Nadie en ese momento lo hacía con tanta propiedad, con tanta convicción de que era importante saber quiénes eran esas personas, qué habían escrito, qué inquietudes nos habían dejado. Yo no tenía idea sobre lo determinantes que iban a ser algunos de ellos en mi formación literaria. No sé por qué a veces cuesta reconocer que sí tuvimos una formación literaria ¡Y en el colegio! Jairo asumió esa entre muchas otras tareas de la cultura. Me puso, nos puso, en contacto con la cultura, con la sensibilidad, con la posibilidad de dedicarnos a un arte y comprender que allí también se aprendían cosas importantes, útiles, así haya que defender esa idea.

En las tardes, el profesor daba clases sobre muchas cosas que le gustaban. Dibujo, lectura, escritura. No era una jornada complementaria y creo que en ese momento no se hablaba de espacios extracurriculares; quien quería aprender un poco más, allí tenía a un profesor dispuesto, generoso, y de un humor distinto al de la mañana. En la tarde reía, era cercano, no alzaba la voz, fumaba sin pedir permiso y disfrutaba con los pocos que preferíamos el corredor de la segunda planta de la Normal a las tres de la tarde que la modorra del pueblo adormecido con cualquier melodrama mexicano de moda. Jairo parecía vivir en la Normal; uno iba a casa, almorzaba y, al regresar en la tarde, él estaba ahí, en la oficina que quedaba al lado de la rectoría.

Una tarde de esas, el profesor nos esperaba con fotocopias de “El hombre muerto”, de Horacio Quiroga; fotocopias, no libros, porque nosotros nos formamos así. Quizás fue esa la primera vez que oí hablar del autor uruguayo. Ahora que trato de recordarlo, ese pudo haber sido mi primer contacto con una auténtica clase de literatura, una de las buenas. Comenzamos a leer el cuento de Quiroga y Jairo se detenía para hacer preguntas del tipo ¿en qué posición está el cuerpo del hombre? Quería que comprendiéramos la complejidad de esas descripciones, que fuéramos conscientes de los indicios sobre el transcurrir del tiempo, del drama humano que estábamos presenciando. Al final, debíamos dibujar la escena del cuento; yo no lograba entender la posición en la que debía representar al personaje principal. Me frustré. Sin embargo, me llevé una gran lección: no hay nada obvio en un cuento, no hay que dar por sentado nada, todo cuenta, todo significa. Eso, por ejemplo, no lo escuché decir al profesor en la clase de la mañana. El Jairo de las tardes fue mi primer profesor de literatura.

Eso él no lo sabe ni lo sabrá. Está bien que sea así. Una vez, en la bruma espesa de una borrachera, lo alcancé a saludar en el parque de Sabaneta; le hablé de mi carrera, de la universidad, de un doctorado en literatura… seguramente sonrió. Sé que alcancé a agradecerle. Por eso libro estas palabras del difícil y molesto nombre de homenaje, de homenaje póstumo, de nota necrológica, todas esas cosas que, además de sonar feo, no dicen nada. Jairo es un hermoso recuerdo, una enseñanza tan fuerte y contundente como su voz. Jairo no es, no será, alguien distinto de ese profesor de las tardes que miraba conmovido los dibujos de Darío, que leía con nosotros, que daba recomendaciones con la seriedad de un abogado, porque todo lo que tenía que ver con él estaba tocado por la seriedad. Y servir, vivir y amar tuvieron que ver con él. 


Comentarios

  1. Lea que palabras tan bonitas, tan sentidas para recordar a un profesor al que le queda el sustantivo, no dejé de sonreír mientras te leía y pensaba lo que fue para mí mientras fui su alumna en el bachillerato y en el ciclo. Gracias a esos extensos trabajos la universidad fue un paseo jajaja Lo recordaremos con mucho cariño. Un gran hombre! 📚❤️‍🔥

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me encanta que el escrito te haya hecho recordar con alegría.

      Eliminar
  2. Es verdad, jairo fue un profe con el q se aprendía a pensar, recuerdo q leímos el dominical del colombiano y la verdad no fueron tareas, fueron maneras de enseñarnos a afrontar el pensamiento de otras maneras. Y como dice lea, tenía su voz fuerte, pero ese mismo detalle te hacia reflexionar. Un profe q siempre estaba, hasta pa arreglar el sepulcro en semana santa jajaja, porque también de arte sabía y lo hacía muy bien y también sonreía cuando lo practicaba. Gracias lea por dedicarle este espacio tan suyo a este gran profe.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, el santo sepulcro. No me acordaba. A mí me tocó ayudarle una vez, yo era del equipo de la coordinación junto con las gemelas.

      Eliminar
  3. Mi Lea que hermosa manera de describir esos recuerdos, recuerdos y personas maravillosas que se quedarán siempre en nuestra memoria, como el Profe Jairo Ramirez .
    Tengo el recuerdo de que andaba con su cámara para arriba y para abajo, no le podía faltar y sobre todo en los actos cívicos, él era quien capturada los mejores momentos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Verdad! El de la cámara es un detalle muy importante. Debió quedar tremendo archivo de todos esos registros.

      Eliminar
  4. Gracias, por permitirnos allegarnos al testimonio de vida del maestro Jairo Ramirez , de quien con su sabiduría, interpelando a sus discípulos, les motivó a construir sus singulares senderos de formación integral, para trascender en la cultura.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lágrimas al leer algo tan espectacular y recordarnos cuánto conocimiento nos brindo jairo.senti mucha felicidad. María elizabeth Giraldo

      Eliminar
  5. Gracias Leo por este escrito tan lindo!!! Que nos llena de hermosos recuerdos y de nostalgia también.... fueron épocas maravillosas y que uno en esos momentos no alcanza a valorar la riqueza de haber tenido profes con Jairo.... muchos le agradecen por haberles enseñado a leer, yo le agradezco por haberme enseñado a escribir y a poner a volar mi imaginación... Era muy teso de verdad!!!! Gracias por todo profe Jairo !!!! Descansa 🙏🙏🙏

    ResponderEliminar
  6. Apreciado profesor Leandro, hermoso homenaje para un gran maestro apasionado por el arte y la literatura, amigo y vecino de toda una vida y colegas en la coordinación académica y de convivencia en nuestra querida Escuela Normal, compartimos también la pasión por la fotografía y por los libros, hombre bondadoso que y muy caritativo, gran hermano e hijo. Eres una de tantas semillitas que germinó. Abrazos.

    ResponderEliminar
  7. Gracias a este texto, recordé que estuve en clases de dibujo con Jarari. Gracias, Dr. Leandro, por estas palabras tan honestas. Se murió nuestro profesor de español. Se murió alguien que nos retaba. Se murió alguien que nos enseñó a ser personas.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

¿Para qué un desfile de mitos y leyendas hoy?

Una mujer de casi ochenta años estuvo de pie, al lado mío, durante las casi dos horas que duró el paso del desfile en la tarde de ayer. La acompañaba su nieta, de unos treinta, y un nieto, de máximo seis. Presencié el desfile al lado de tres generaciones. Quiero decir que lo más bello del desfile transcurre entre los cientos de personas que se asoman a la calle, a la esquina, a los balcones, a las puertas y ventanas para ver lo que vemos cada año, aunque con la expectativa de la primera vez. Hay quienes todavía se asustan con las máscaras y gritos de los personajes disfrazados, también están los que critican (como yo), los que se conmueven y evocan (también como yo) otros desfiles de otros tiempos, y quienes a pesar de los cambios inevitables creemos que en el desfile anual de mitos y leyendas del pueblo está nuestra historia, nuestra memoria, nuestros malestares y contradicciones, en fin, lo que hemos sido, lo que somos y lo que queremos ser.    Mientras veía pasar pancartas,...

Contra el turismo literario

Quiero sonar, nuevamente, deliberadamente, combativo. Hoy veo la necesidad de decir dos o tres cosas sobre el turismo literario, tan de moda en estos días. Y que, como toda moda, pasará dejando un montón de papel que, en el mejor de los casos, servirá para el reciclaje, y, sobre todo, mucho humo… En primer lugar, hablar de turismo literario en un contexto en el que no se ha invertido en la promoción y conservación de obras, autores y autoras de los municipios de Antioquia es un sinsentido. En segundo lugar, no es la cultura, no es la literatura, lo que interesa a los genios de la gestión cultural que están promoviendo tal cosa; se trata de una modalidad de extractivismo patrimonial. Finalmente, en tercer lugar, el tal turista literario no es una figura que interese a la literatura; tomarse fotografías con estatuas y leer en los municipios la información que pueden encontrar en la Wikipedia no puede considerarse una acción que beneficie al patrimonio literario de los municipios. Ahora...

Cien años de soledad y punto

Quise releer Cien años de soledad no tanto por su reciente reaparición sino por una clase que debía preparar para el mes de noviembre. Digo releer no para presumir sino porque esa experiencia puede jugar a mi favor en este comentario. Desde el momento que empecé, a pesar de este nuevo lente mío que se ha ido construyendo en los últimos diez años, tuve la certeza de que nada de lo que había vivido en las lecturas anteriores había cambiado. Cada frase se me hizo tan sorprendente, tan reveladora, tan nueva, como la primera vez que lo leí a los diez y siete años en el cuarto que me habían destinado para cuidar el sueño de la abuela Belarmina. Ahí estuve, en ese universo tan completo, tan bien imbricado, tan suficiente, como el joven que apenas si sabía quien era García Márquez y el tal realismo mágico. Esta vez leí con lápiz en mano; identifiqué los motivos principales de cada uno de los veinte capítulos; pude percibir la precisión y la artesanía con que se articulan las historias; rede...