Justamente en este libro Leila Guerriero usa un término que me cayó como una piedra con la que, como trato de hacer siempre, he tratado de construirme una casa. La periodista y escritora argentina se refiere en alguno de los textos que conforman este libro a cierto remedo de periodistas o críticos que creen conquistar el mundo de los lectores con cada cosa que se les ocurre escribir y llevan a su “blogcito”. Escribo desde hace meses para este, mi blog, y no pude evitar sentirme aludido. En parte porque mi sentido autocrítico hace que me pregunte siempre por la calidad de esto que garabateo cada vez, luego de leer algún libro, luego de algún suceso que me raya la percepción o la vida. En parte, también, porque en dos veces que lo he intentado, he experimentado cierta frustración al escribir sobre un libro de Guerriero.
En todo caso, Zona de obras hizo que nuevamente me preguntara por mi escritura, por el compromiso de esto que escribo, por el sentido de sentarme frente al computador por horas buscando que cada una de las novecientas palabras que me he impuesto para construir cada entrada del blog merezca ser leída por alguien, al menos por alguien. Y si un libro logra eso, creo que no se ha perdido el tiempo con su lectura.
Portada de Zona de obras, 2022, Anagrama |
El libro se compone de conferencias, ensayos, columnas y textos así escritos por la autora en distintos momentos de su carrera. La edición que leí, de 2022, contiene algunos que no se incluyeron en ediciones anteriores. Tienen en común el interés por hacer de la carpintería de la escritura, como lo llamaba un asesor que tuve en la universidad, un objeto de reflexión y, por qué no, de estudio. Guerriero habla de su biografía lectora –un corpus maravilloso de obras y autores que uno jura que va a leer mientras avanza en el libro-, de su incursión temprana en la escritura, de su llegada a las salas de redacción, de su decisión de no hacer literatura sino periodismo, de su defensa del periodismo como forma literaria, de los editores, de sus preguntas y angustias como escritora, del vacío y el miedo que produce terminar un proyecto e iniciar uno nuevo, de los públicos. Ninguno de estos asuntos escapa a la experiencia propia de esta mujer; la experiencia aparece siempre allí como una mancha, dirán algunos, pero una mancha afortunada, como la de la camisa del pintor. Quien te habla es alguien que ha vivido cada palabra.
Sin ser un manual de periodismo o de escritura –nada está más lejos de la orientación de estos textos- el libro tiene el efecto de la credibilidad y la sinceridad que extrañamos en los testimonios algunos de escritores que nos hablan de sus procesos creadores. Esto, hay que decirlo, no resta belleza al texto, tampoco le quita rigor. Al contrario, de principio a fin hay autoridad, convicción, entereza, responsabilidad intelectual y mucha literatura.
En este libro Guerriero afirma en distintas ocasiones que la crónica es literatura; también toma posición sobre esa eterna discusión de si la llamada no ficción no es literatura y se pregunta por qué de no ficción hay en la novela, el cuento, incluso la poesía. La autora va y viene por los terrenos de la literatura y del periodismo con las mismas botas; ambos son tratados con el mismo cuidado, en ambos cultiva, de ambos extrae frutos con los que crea. El resultado de ese ir y venir es una posición que nos resulta, hoy, cada vez más aceptada: se trata de escritura, de buena escritura, y en ese sentido no hay oposiciones. Aunque, precisa, el periodismo siempre tendrá un compromiso con esa nota que aparece en algunas películas: “basado en hechos de la vida real”. Ella propone llevar ese enunciado hasta sus últimas consecuencias. Ahí está el valor de la buena crónica, del buen periodismo, quizás no necesariamente el de la buena literatura. Una discusión de nunca acabar, pero quién dijo que tenga que acabar.
Desde el momento que leí el tercer texto que aparece en la compilación, una belleza llamada “Mi diablo”, supe que este sería uno de esos libros a los que siempre habrá que regresar, como me sucedió con la Teoría de la gravedad. De hecho, tengo una amiga que me confesó leer este libro cada vez que sufre un “bloqueo escritural”. También supe que era un libro que recomendaría a mis estudiantes, a mis amigos y quizás a los no tan amigos. Porque considero que todo lo que produzca un desajuste, un desequilibrio en las convicciones, hay que leerlo; en el mejor de los casos, ese desequilibrio tendrá que mover los cimientos de la propia escritura. Y creo firmemente que este libro es eso.
Admito que tardé varios días en escribir este comentario, en darle un nuevo lugar a todo lo que se movió. Había pudor, lo acepto, y quizás vergüenza. Me siento atrevido, igualado, al escribir esto. Sin embargo, la misma Leila Guerriero ayudó a resolver la inquietud: solo se puede escribir de lo que a uno le pasa y la mejor forma de escribir es escribir, a veces a nuestro pesar. La respuesta tendrá que ser, siempre, la escritura. Allí está el caos y, al mismo tiempo, la posibilidad de un nuevo orden, de un nuevo cimiento al que aferrarse, cada vez con más fuerza, cada vez con más decisión.
Gracias, necesitaba está provocación.
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