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Mostrando entradas de abril, 2024

La vorágine (1924), un mal augurio

Tenía unos veinte años cuando leí La vorágine (1924) por primera vez. Era estudiante de licenciatura y asumí el reto de leer el canon de la literatura colombiana (me faltaban María y La vorágine porque Cien años de soledad lo leí a los diecisiete). Me gusta recordar la edición que leí en ese entonces: la había conseguido en La Bastilla, de segunda (hoy les decimos libros leídos) y el librero la tenía envuelta en plástico y sellada con cinta adhesiva; no se trataba de un incunable precisamente, pero para mí lo era. Se trataba de una edición de Círculo de lectores incluida en una colección llamada Joyas de la literatura colombiana . La tapa dura, azul oscuro, con sus letras doradas y repujadas me hacían pensar que estaba leyendo un auténtico clásico. Luego recordé que años atrás esas colecciones las compraban en algunas casas como bibliotecas que adornaban las salas de estar.  La vorágine , Colección Joyas de la literatura colombiana, Círculo de Lectores La que compró el estudiante de

Tapar el sol

No utilizaré la palabra con la que pudiera titular este comentario. Retomaré para ilustrar mejor el motivo de mi trivial angustia un dicho de la sabiduría popular: “Tapar el sol con un dedo”. Lo usamos para dar a entender que algo pequeño, como un dedo, pretende abarcar la totalidad de algo grande, como el sol. Aplica para los pretensiosos, para los ambiciosos, también para quienes manipulan y engañan, para quienes quieren hacer creer que su dedito es más grande que el sol. La historia del arte y la literatura, que son el sol de este drama, ha tenido que lidiar siempre con dedos, a veces delgados y débiles, a veces gruesos y fuertes, que han querido ocultarla. Estas formas de ocultamiento comienzan generalmente por una falsa reivindicación del carácter lúdico del arte; su carácter de entretenimiento, la bonitura, el ornamento, el goce y el disfrute, reluce en las voces institucionales que desconocen el sustrato autocrítico de toda manifestación artística ¿qué de lo artístico no nace, n

¿Por qué leer los clásicos (infantiles)?

¿Qué sentido tiene leer fábulas y cuentos clásicos con niñas y niños de estos tiempos del smartphone, los influencers y el tiktok? Esa es la pregunta que me he hecho antes de iniciar un proyecto de lectura de clásicos infantiles con las niñas y niños que hacen parte del club de lectura Leer el mundo , en Amagá. A primera vista, tanto el propósito como la pregunta parecen una necedad mía, lo sé. Son muchos los profes que han sucumbido y asumido el fracaso frente al Goliat que representan los celulares, los contenidos de fácil consumo y el espectáculo audiovisual. Es más, la pregunta puede tornarse necia en un contexto en el que la promoción de lectura y, en cierta medida, la mediación de la lectura en los espacios escolares entronaron al libro álbum como la forma literaria infantil por excelencia. Esopo, Perrault, Lafontaine, Grimm, Andersen, entre otros, quedaron en manos de Disney que, junto a otras productoras de objetos culturales para el consumo infantil, han popularizado interpret

El narrador de La cuadra

Alexandra es una estudiante de Licenciatura en literatura de la Universidad de Antioquia que me habló de La cuadra , de Gilmer Mesa , como algo supuestamente compartido. Yo no había leído la novela y no sabía quién era el escritor. Eso no fue impedimento para que Alexandra formulara su trabajo de investigación literaria tomando por objeto esa obra. Mi primera versión de la novela (porque creo que uno llega siempre a los libros con una primera versión de la que es imposible deshacerse) la tuve de cuenta del parafraseo de la estudiante; no me importó el spoiler, ni el exceso de detalles, tampoco los lances interpretativos de esa lectora emocionada, conmovida y absolutamente segura de haber leído algo importante. Esa recepción en una joven de Medellín, ese interés tan genuino que vi y escuché, así como la pregunta que, luego, se planteó Alexandra hicieron que me interesara en La cuadra . La estudiante hizo un planteamiento que a mí me resultó atrevido e interesante: no es posible leer La

El hijo del héroe, de la cubana Karla Suárez

No me satisface ninguna de las versiones que he dado sobre mi viaje a Cuba en enero; siempre dudo de lo que digo, tengo que hacer precisiones, me veo en la obligación de justificar apreciaciones y todo termina en humo, en una versión sobre algo que no se puede definir. Admito que soy terco con estos imposibles. Tal vez este, como ningún otro, resultó ser un viaje a una realidad que uno no alcanza a comprender y quizá por eso me empeñé en buscar en el cine y en la literatura mejores explicaciones a esa realidad más inasible que todas.  Al terminar 2023 los únicos referentes literarios que tenía sobre Cuba eran Leonardo Padura cuya novela Como polvo en el viento comenté en este blog; también había leído el Samizdat de la Habana , de Daniel Ferreira, sobre el que también escribí algo; y habrá que mencionar uno que otro texto de José Martí y Dulce María Loinaz que leí en la universidad. Por lo demás, mi conocimiento sobre cultura literaria cubana es realmente pobre. Ese exiguo bagaje era