Alexandra es una estudiante de Licenciatura en literatura de la Universidad de Antioquia que me habló de La cuadra, de Gilmer Mesa, como algo supuestamente compartido. Yo no había leído la novela y no sabía quién era el escritor. Eso no fue impedimento para que Alexandra formulara su trabajo de investigación literaria tomando por objeto esa obra. Mi primera versión de la novela (porque creo que uno llega siempre a los libros con una primera versión de la que es imposible deshacerse) la tuve de cuenta del parafraseo de la estudiante; no me importó el spoiler, ni el exceso de detalles, tampoco los lances interpretativos de esa lectora emocionada, conmovida y absolutamente segura de haber leído algo importante. Esa recepción en una joven de Medellín, ese interés tan genuino que vi y escuché, así como la pregunta que, luego, se planteó Alexandra hicieron que me interesara en La cuadra.
La estudiante hizo un planteamiento que a mí me resultó atrevido e interesante: no es posible leer La cuadra con el lente que leímos la que a alguien le dio alguna vez por llamar “literatura sicaresca”. Para ella, había algo en la novela de Mesa que excedía el esquema del sicario como figura central, a veces justificada, vista desde una perspectiva externa y expresada en un lenguaje ajeno al contexto del barrio, así algunas de esas novelas utilicen la primera persona singular y remeden el parlache. Desde ese momento quise participar de esa reflexión, pero me hacía falta leer la novela para entrar en la discusión. Pues bien, leí la novela en semana santa y fue la oportunidad de volver sobre las inquietudes que en su momento propuso esa brillante estudiante y, también, de continuar con una reflexión que comencé a perfilar en un comentario a la novela Tinieblas adentro, de Gilma Montoya.
Aunque impresionantes, los motivos de La cuadra no me resultaron novedosos, no para mí que me he acercado a ellos a partir del cine, la música y el periodismo principalmente. Es curioso, pero no fui un lector asiduo de historias (de literatura) de pillos y sicarios. En cambio, siempre he experimentado fascinación por el cine de Víctor Gaviria, especialmente por ese grupo tan particular que conforman Rodrigo D, La vendedora de rosas y Sumas y restas. Mi otra fascinación es la crónica de Ricardo Aricapa, su siempre grande Medellín es así. Desde mi punto de vista, todo lo que se pueda decir y hacer sobre Medellín tiene un antecedente en esas obras; mi posición puede parecer radical pero sé que es coherente: los personajes, los motivos, los puntos de vista, el lenguaje, las atmósferas, etc., que sorprenden hoy a los lectores de Gilmer Mesa aparecían ya cristalizados en escrituras y fotogramas de finales de la década de 1980. Sí, cristalizados. No obstante, este detalle no resta mérito al trabajo de Mesa; todo lo contrario.
¿Quién es el narrador de La cuadra? Me parece que este es el punto, lo que me sostuvo en esa lectura. Se trata de un punto de vista de alguien que hizo parte (en el pasado) y, al mismo tiempo, tomó distancia de la dinámica de su familia, de sus amigos y de su barrio en un período de la historia de Medellín que, a mi modo de ver, aún no hemos superado; por el contrario, tiende a perpetuarse bajo formas nos siempre imperceptibles o, al menos, no para todos. El narrador es hermano de Alquivar, un pillo de la cuadra; sabemos que es menor, que participó del combo pero no al nivel de su hermano y los demás pillos; también es lector (lo que a muchos les parece inverosímil, a mí no); luego de la muerte de Alquivar, el hermano se aleja del combo y admite su vínculo con el alcohol; y, quizás, lo más importante, llega concluir que su hermano muerto lo liberó del odio. Este último elemento es el que, a mi modo de ver, establece una diferencia respecto de obras de tema similar. Y no es cualquier cosa porque implica que toda la historia se ha de construir desde esa mirada que no es la de la apología, tampoco la que busca culpables, y tampoco es un estudio sociológico, y menos una autobiografía.
Tendríamos que ahondar en este punto de vista, en este narrador, para apreciar mejor el valor de La cuadra. Y, ahora sí, es importante que pensemos en lo que escrituralmente implica esa construcción del narrador, su visión de cada cosa, sus valoraciones y dilemas, su incursión en el relato, sus entradas y salidas de este. Sinceramente, creo que esto va más allá de la opinión de muchos según la cual los pensamientos del narrador son demasiado elaborados para venir de la cabeza de un hombre de un barrio popular de Medellín, como si en la comuna nororiental la gente no pensara.
Creo que la más clara concreción de ese punto de vista, de esa otra manera de tratar el tema, de percibir y valorar el universo representado en La cuadra, está en el capítulo dedicado a Chicle y el Calvo. La sensibilidad con que se cuenta la historia de esos dos hombres extrañamente sensibles; la presencia y sentido de la música, de la salsa; los sistemas de valores contrapuestos aún en dos personajes que comparten un mismo contexto; y ese desenlace tan dramático, tan literario… Esto es, quizá, lo que me parece una actitud artística sobre la guerra urbana, un sentir, que, me reafirmo, ya no podemos considerar como emergente. Ahora bien: para ver como ese sentir viene consolidando una estructura toca salir de la esfera estrictamente literaria y ver el cine y escuchar la música. Digo Laura Mora y digo Alcolirycoz.
Profe! su estética literaria, emociona porque logras situarnos, y revelar nuestra imprescindible
ResponderEliminarHace poco leí sobre un concurso de reseñas y comentario que, en vez de animar a la lectura del objeto reseñado, hicieran lo contrario: "dar ganas de no leer". Pensé en mis comentarios ¿Y si en vez de animar a la lectura lo que hacen es desanimar? Leer los comentarios anima en ese sentido. Gracias por su lectura, por su tiempo.
EliminarDice Joaquín Arango: "Esta perspectiva de lector llama la atención porque es la mirada académica y la del lector esteta; una búsqueda que debería primar sobre la apreciación del arte. Parece entonces que perpetuamos el dolor de la violencia desde una cuadra, el barrio y el país. ¿Estamos condenados a ser violentos eternamente? De ahí una estética que se perpetúa. Leí un capítulo y no soporté el maltrato a una jovencita. Sin desconocer eso sí, que su narrativa atrapa. Buscaré la segunda oportunidad para recorrerla buscando esa estética que me brinde esa mirada de lo poético en una cuadra"
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