¿De dónde ha venido ese inusitado interés contemporáneo por las plantas, las flores, la sostenibilidad, lo orgánico, lo biodegradable, lo verde en todo caso? ¿Por qué, de un momento a otro, los centros comerciales, los cafés, los apartamentos se llenaron de hojas verdes de todas las especies, a veces naturales, a veces artificiales? ¿Por qué el auge de las suculentas y las orquídeas? ¿Qué nos dice ese renovado interés sobre nosotros, nuestra sociedad y nuestra época? No sé si Verdolatría. La naturaleza nos enseña a ser humanos, del escritor español Santiago Beruete (2018), responda a todas estas preguntas, pero sí sé que nos da muchos elementos para adentrarnos en ellas y, de ahí, sacar algo que, con toda seguridad, implicará más que un argumento para justificar nuestro eventual gusto por las matas.
El libro puede leerse como un ensayo de largo aliento —si se me
permite esa expresión tan comprometedora— o como volumen de ensayos. Hablo de
ensayo no solo por el predominio de la forma expositivo-argumentativa, sino también
por el carácter abierto de la reflexión, por su ir construyendo con cada
párrafo, con cada capítulo, un punto de vista sobre la relación entre el reino
vegetal y los demás seres vivos (y los seres humanos somos otra especie de seres
vivos, este libro siempre nos lo recuerda). Además, Beruete es un investigador
que hace confluir en su pesquisa distintas disciplinas (biología, antropología,
historia, sociología, literatura, arquitectura, economía y un largo etcétera)
cuyos aportes se incorporan al texto como fuentes y documentos. Con ello Verdolatría
se hace científico, aunque sea un texto a primera vista más filosófico y literario.
Ninguna de estas orientaciones compite en el libro, sino que se presentan en
equilibrio, quizás animadas por un principio de claridad, de accesibilidad, de
divulgación quizás, del que el autor es consciente:
“No se me ocurre un propósito más
noble que hablar de forma accesible y amena, con una profundidad no desprovista
de poesía y una narrativa respetuosa con la inteligencia del lector de temas
que nos preocupan a todos” (p. 335).
Mirar la humanidad desde la
relación que ha construido con las plantas durante miles de años le sirve a
Beruete para tratar treinta y cinco temas que se desarrollan cada uno en un capítulo.
Aparecen en el libro textos sobre el tiempo, la libertad, la desobediencia civil,
el espíritu crítico, la educación, el sexo, el feminismo y la curiosidad, entre
muchos otros. Todo se inspira y se nutre del conocimiento y la reflexión sobre la
historia de los jardines, el descubrimiento de especies exóticas, datos
científicos sobre la comunicación entre los árboles, personajes que gastaron
sus fortunas o dedicaron sus vidas al cultivo de especies, al paisajismo, a la
construcción de parques o a la preservación. De todo lo anterior, y de más, el
autor concluye sobre la cercanía que hay entre la vida vegetal y la vida
humana, hasta el punto de permitirnos dudar de nuestro cada vez menos
demostrable poderío, del antropocentrismo.
Quizá mi ensayo preferido del
libro sea “El olvidado arte de criar malvas (La muerte)”. Es un texto que
conjuga perspectivas científicas, filosóficas, biológicas, literarias, incluso
políticas para tratar un tema que, hablando del ensayo, también encontramos en
Montaigne: la muerte. Beruete va a Epicuro, a la neurociencia, a la poesía para
proponernos cómo la muerte —a pesar de que nada nos prepare para su llegada
inminente— nos devuelve a un estado natural más cercano a la tierra, a los
animales subterráneos, a los microorganismos. Queda claro que los humanos no
somos una especie especial, hace rato no somos el centro de la creación, y
nuestra muerte, al menos desde el punto de vista biológico, no difiere de la de
otros seres vivos. Asumir lo anterior implica una suerte de “descolocamiento”
para el lector, es decir para mí que, cuando lo leí, recientemente había vivido
la muerte de mi papá. Las que siguen son unas líneas tomadas de ese bello
ensayo:
“Nos asusta tanto la degradación
del cuerpo y la extinción de nuestro ego que nos engañamos pensando que de algún
modo el dinero, la belleza o la posición social pueden protegernos de la
aniquilación física y conjurar la angustia que nos invade al pensar que un día
ya no estaremos, dejaremos de existir y la vida continuará sin nosotros. No nos
resignamos a que nuestro destino sea servir de festín a esos infames
invertebrados, y nos esforzamos en luchar contra el olvido y vencer la muerte
por todos los medios a nuestro alcance, y no es el menor de ellos la escritura”
(p. 166).
Si hago cuentas, estuve casi un año con este libro en mi mochila, en mesas de noche, en la cama, en la fila de libros por terminar. Empecé a leerlo en La Habana (Cuba) el dos de enero de 2024 y terminé en mi casa, en Medellín, la noche del veinte de diciembre del mismo año. A lo mejor no sea una casualidad que este haya sido el libro que me ha acompañado durante un año tan complejo; dicen que son ellos (los libros) quienes nos eligen y no al revés. Mi historia con esta primera lectura de Santiago Beruete puede ejemplificar bien esa situación: Aleja me regaló el libro en mi cumpleaños número treintainueve y el libro me acompañó hasta poco más de cumplir cuarenta. Yo no sabía que necesitaba esta compañía, pero mi amiga quizás sí. Entonces, el libro me eligió.
*Para Aleja Rúa, por la vida.
Gracias por regresarme esto tan bello, me alegra profundamente que Verdolatría te eligiera en el momento justo, que te acompañará en silencio y te hablara cuando lo necesitabas, es un regalo para mi también saber que ese libro pudo acompañarte en un viaje de casi un año querido amigo.
ResponderEliminarNo es solo cortesía. Es una deuda... espiritual, digamos.
ResponderEliminarExcelente libro...hay que leerlo y cruzarlo con el libro de la esperanza de Jane Goodall y los textos de Wade Davis. El río, Magdalena y los guardianes de la sabiduría ancestral. El texto de Martin Von Hildebrandt :El llamado del jaguar. El texto hermoso de Byung- Chul Han: Los al jardín. Abrazos.
ResponderEliminarGracias por tomarte el tiempo de leer y por todas esas recomendaciones. Tomaré nota para continuar la reflexión 😉
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