Yo sí le creo a Fernando Vallejo cuando afirma que es él la persona que más sabe sobre la vida de Porfirio Barba Jacob. Tuve que esperar dos cosas para decidirme a leer este libro, y a volver a Vallejo: la recomendación de un admirado escritor que me dijo estar impresionado con el trabajo de Fernando Vallejo en esta biografía y la conversación que, hace un mes, sostuvo el mismo Vallejo en la Universidad de Antioquia, luego de su célebre visita de 2008, cuando llenó el Teatro Camilo Torres porque iba a hablar de Tomás de Carrasquilla… pero no habló de Tomás Carrasquilla. A veces, es necesario que ocurran cosas, extraordinarias en este caso, para llegar a ciertos libros. Eso, definitivamente, determina la experiencia de su lectura.
Barba Jacob el
mensajero fue publicado en 1991, aunque Vallejo dedicó la década
de los 1980, y quizás un poco más, a la investigación que le dio origen. Es,
como muchos sabrán, una biografía del poeta (no quiero decir “poeta antioqueño”,
solo “el poeta”) Porfirio Barba Jacob o Ricardo Arenales o Miguel Ángel Osorio,
nombre este último con que aparece en los registros de Santa Rosa de Osos (ahí
sí Antioquia) donde fue bautizado cuando finalizaba el siglo XIX. No es un
recuento cronológico, ni lineal, ni objetivo sobre la vida de un gran poeta; de
ninguna manera es una articulación de aventuras que llevan a libros y premios
que lo hacen memorable hasta el día de hoy. Es un intento sincero (descarnada y
descaradamente sincero) de reconstruir la vida de un poeta que ha muerto hace
casi cuarenta años (Barba Jacob muere en México en 1942), a partir de los
indicios moribundos, espectrales, fiables en unos casos, poco fiables en otros,
que el biógrafo va encontrando en lo que denomina “una carrera contra la muerte”:
la muerte inminente de los testigos, de los testimonios, de las fuentes, de los
documentos, de los archivos, de la memoria de un tiempo que se conserva, casi
siempre literaturizado, en la mente de viejos y viejas que escucharon, vieron,
tocaron, amaron y odiaron a Barba Jacob.
El mecanismo lo había expresado
el poeta en una vieja carta citada por Vallejo: “…y que continuas tu letal
empeño de hurgar bibliotecas y archivos para captar fugaces e inseguros
detalles de las gentes y las cosas que fueron”. El resultado es una vida, y
toda vida es una formación de verdades y mentiras, de proyecciones, de
espectros, de recuerdos siempre contaminados por el punto de vista de alguien, por
la experiencia. Toda vida parece ser literatura, en todo caso; y la de Barba
Jacob, vista por Vallejo, es de la mejor literatura: tormentosa, conmovedora,
bella, sublime, sórdida, ostentosa y miserable, una vida completa, vivida hasta
las últimas consecuencias.
Fotografía de Porfirio Barba Jacob, créditos a su autor |
Vallejo no está interesado en
hacer un retrato edificante del poeta, pero tampoco quiere pintar un demonio. Ambas
intenciones no conviven, sino que se debaten, se tensionan en el ejercicio de
la biografía. Como buen personaje, Barba Jacob encarna una infinita escala de
grises en la que el lector se pierde, como se pierde uno cuando conoce a
alguien que atrae, al punto de padecer. Los viajes y largas estadías del poeta
por ciudades como Barranquilla, Bogotá, La Habana, Tegucigalpa, incluso Lima y Nueva
York, y países como Guatemala, Nicaragua, Costa Rica, Jamaica, Honduras y México,
donde vivió buena parte de su vida y murió; la agitada trayectoria ideológica
de Barba Jacob que lo llevó a tratar de tú a tú a importantes figuras de la
política nacional e internacional latinoamericana de la primera mitad del siglo
XX; la fe incondicional en las revistas y periódicos que fundó, dirigió y en
los que colaboró en todos los países que lo acogieron; las amistades y los
amores, así como la escasa pero determinante experiencia de la familia, todo
esto aparece orquestado por un biógrafo que no tiene problema en opinar, en juzgar,
en reír y en conmoverse con la historia que va reconstruyendo así, en gerundio,
con los personajes y situaciones que se encuentra, en un claro desafío al
género biográfico, un cambiar las reglas de ese juego para siempre.
Me gusta decir “para siempre”
porque creo que no se vuelve a leer una biografía de la misma manera, luego de
leer Barba Jacob el mensajero. Espera uno que suceda algo
similar con quienes escriben biografía. Hace más de treinta años Vallejo daba
las claves para hacer del género algo “más respetable”, así él no se tuviera
mucha fe. Vallejo crea el archivo y una actitud ante el archivo; su archivo
está constituido por documentos, libros, revistas, testimonios orales, lugares,
historias contadas por alguien que recuerda lo que otro contó, cartas, otros
intentos de biografía, poemas y versiones de esos poemas… Vallejo parece
haberlo leído y escuchado todo o casi todo. Lejos del biógrafo tradicional,
este biógrafo se para frente a su archivo y le pregunta, y discute, a veces
reprocha, y contrasta versiones y aventura conclusiones. Con eso la biografía de
otro se convierte, también, en relato propio, en vida propia, en autobiografía.
Si bien se trata de la biografía de Barba Jacob, no es posible separarse de la escritura toda de Vallejo, de su obra; de su “auto” ficción, “auto” biografía, “auto” crítica, “auto” conocimiento; de la fuerza de su primera persona, siempre reivindicada; de su incisiva, inagotable e intemporal crítica. Con la escritura de esta biografía, la búsqueda de Barba Jacob ha pasado a hacer parte de la vida de Fernando Vallejo y de la de uno, lector atrevido.
A Renato, que insistió en que leyera este libro, antes de que me lo recomendara el escritor.
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