El universo travesti de Las malas se plantea como un sustituto de la religión. Esta fue la idea que quedé rumiando luego de la lectura del libro de Camila Sosa Villada. Es ahí donde encuentro su valor, más allá del innegable documento testimonial y de denuncia que inevitablemente es.
Lo de “sustituto de la religión” suena grave, serio. Efectivamente lo es puesto que tiene como referente el uso que hace de esa expresión el crítico colombiano Rafael Gutiérrez Girardot en su conocido libro sobre el Modernismo. Y no faltará quien me considere hereje por citar en un mismo párrafo a Sosa Villada, a Gutiérrez y al Modernismo. No hay de qué preocuparse, la herejía puede ser principio de una escritura, ya se ha dicho. El caso es que la novela de Camila Sosa crea un universo ficcional con sus propios códigos estéticos, espaciales (la cartografía de un país y una ciudad), temporales y religiosos (diosas, ritos y cielo travesti). Este último aspecto, el religioso, me interesa particularmente pues, considero, la sustitución de la religión ocurre como consecuencia de la obsolescencia de ciertos valores y creencias y, también, como manifestación de un sentir, de un horizonte ideológico nuevo y necesario.
No voy a pasar por alto en este comentario que Las malas es, también, una novela que narra la historia de una comunidad de travestis en la ciudad de Córdoba, Argentina. El punto de vista del relato es el de Camila, una mujer trans que cuenta su historia de vida, desde su infancia en un pueblo lejano hasta su llegada a la ciudad cuando estaba cerca de cumplir veinte años. La narradora intercala relatos sobre la vida de otras travestis, aventuras de las noches de ronda, tragedias pequeñas y grandes, anécdotas divertidas y tristes de la vida al margen, en la calle, en la periferia, en la “anormalidad”, en la oscuridad relegada a lo monstruoso. Todo ocurre en un contexto en el que conviven una santa (la difunta Correa), una mujer que se convierte en pájaro, una especie de mujer loba, la Machi curandera y un bebé que las travestis encuentran en un parque y queda a cargo de la Tía Encarna. El hecho de que este universo mítico, fantástico, sirva de marco a la tragedia de las travestis hace de esta una novela, no solo un testimonio regido por la supuesta comodidad del yo, como se ha criticado. Aunque, aún en ese caso, se trata de una escritura imprescindible.
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Fotografía que acompaña portada de la novela en las ediciones Tusquets. |
Pero ¿Cuál es la particularidad de esta representación de lo travesti? Me arriesgo a responder que dicha particularidad reside en el universo ficcional mítico que le sirve de marco; en una voz narrativa que, como en el mito, presenta una realidad como la primera vez, sin hacer separaciones entre lo racional y lo mágico, entre la historia personal y la de la comunidad, entre lo moral y lo inmoral, lo correcto y lo incorrecto. La voz que narra Las malas tiene cierta inocencia que no es lo mismo que ingenuidad, toda la vulnerabilidad, también el asombro, la sensibilidad y la frialdad que produce la experiencia de la vida dura: “Pero no podría funcionar la vida sin nosotras ahí, por fuera de todo. Se derrumbaría la economía, la existencia salvaje devoraría todas las normas si las putas no dieran su amor carnal. Sin las prostitutas, este mundo se hundiría en la negritud del universo” (p. 76). Así, lo que la sociedad más conservadora ha degradado y deplorado adquiere la categoría de salvador, de redentor, se configura en sentido; lo que es coherente con la idea de las travestis diosas que es, al mismo tiempo, hipérbole e ironía en la novela de Sosa Villada; parece exagerado y arbitrario, pero el relato logra mostrarnos toda la vileza e hipocresía de la que está hecha la reacción a las travestis.
“La salvación serán un par de tacos y un lápiz de labio color rosa viejo” (p. 93), dice la narradora y con ello configura, deseosa y atrevida, un contexto religioso, único en el que las travestis pueden ser diosas: “Quien nos vea esta tarde, tumbadas sobre el césped, tomando mates al sol, untadas en Coca-Cola, del color del caramelo líquido, va a soñar con nuestros cuerpos y nuestras risas, será una imagen insoportable, como la imagen de Dios” (p.118). Más allá de la trasgresión, la asimilación entre deidad y travesti se torna explicación, razón de ser, respuesta. La verdad travesti, esa triste verdad, podría explicar la tristeza de nuestra contemporaneidad: “Eso somos como país también, el daño sin tregua al cuerpo de las travestis. La huella dejada en determinados cuerpos, de manera injusta, azarosa y evitable, esa huella de odio” (p. 28). Diosas vilipendiadas, maltratadas, condenadas, otra vez (uno no deja de recordar al "falso profeta" de la leyenda cristiana), por una humanidad injusta y empeñada en la homogeneidad, dispuesta a ser salvada pero no a salvar, más monstruosa que los esperpentos creados por su propia paranoia, eso son las personajes de Las malas. [En este punto el corrector de Word me indica que es incorrecto escribir "las personajes"].
Creo importante leer esta novela desde esa perspectiva; superar el morbo que producen los motivos condenados por el rótulo de literatura gay o queer o lo que sea, y entrar en la complejidad de los guiños con lo divino dejados como indicio en el relato de Camila Sosa ¿Diosas de qué? ¿En lugar de qué? ¿Para salvarnos y salvarse de qué? ¿Para responder a qué preguntas? En ese universo lleno de códigos y símbolos nuevos no siempre aceptados, no siempre digeribles veo belleza, literatura y la huella del dedo que toca y recuerda que la llaga aún no sana.
Sosa Villada, Camila, 2023, Las malas, Buenos Aires, Tusquets Editores.
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