Ir al contenido principal

La experiencia de la memoria en dos libros de Yhimmy Echavarría Zapata

"¿Porqué llevo rosas en la sangre?", de Memorias que bajan del río (p.31) 

Leemos y estudiamos a escritores bicentenarios, se rinde homenaje a expresidentes que escribieron, se estudia -eso se espera- la obra de un antropólogo escritor. Así nos hemos acercado a la cultura escrita de nuestro municipio de Amagá, así hemos construido nuestro propio canon parroquial. Y está bien, al menos tenemos eso. Sin embargo, es un asunto de justicia cultural, de justicia artística, preguntarnos por qué más hay, además de esa trinidad ya consagrada: Juan de Dios Restrepo (Emiro Kastos), Belisario Betancur Cuartas y Graciliano Arcila. En una noticia publicada en el periódico El Colombiano del 14 de abril de 2012 con motivo una visita que hizo Belisario Betancur al municipio, el expresidente y escritor recomienda al alcalde de turno publicar las obras de coterráneos como Ramón Gallo (Rómulo Góngora), Zoilo Vanegas, Wenceslao Montoya y Emilio Calle (Sociólogo). 

Además de poner nuevamente sobre la mesa la pregunta por la obra, promoción, difusión y preservación de la obra de los autores mencionados por Betancur, me propongo en este comentario introducir en ese corpus de escritores a Yhimmy Echavarría Zapata, nacido en Amagá en 1981, autor de los libros Viaje de la memoria (2016), Migración por el río Atrato (2018), Migración territorio (2019) y Memorias que bajan remando (2023). Estos clasifican en los géneros de poesía y dramaturgia principalmente. 

En esta oportunidad me referiré al libro de poesía titulado Viaje de la memoria, publicado en 2016 y al libro Memorias que bajan remando, de 2023. Ambos son ganadores de convocatorias como Convocatoria Pública en Cultura y Patrimonio (2016) y Portafolio Departamental de estímulos 2023, categoría Mamotreto, área de Literatura del Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia. Este no es un dato menor dado que nos da una idea del ecosistema literario en el que sobrevive la obra de los autores locales.  

Los títulos de Echavarría sugieren, de entrada, un interés por los temas sociales. El conflicto armado, la tradición, la ancestralidad se sugieren en portadas e ilustraciones. Todos tienen como elemento común la memoria, asunto que ha ocupado y ocupa la producción crítica y literaria en Colombia con mayor énfasis en los últimos años, en paralelo con el Proceso de paz y luego de la emisión del informe de la Comisión de la verdad. 

Viaje de la memoria (2016) es un libro de poemas organizado en seis partes, cada una de las cuales se nombra como Ecos del recuerdo, de la vieja casa, de la infancia, de la memoria, de la tierra, de la tribu. La memoria aparece ligada no solo al conflicto sino a los recuerdos familiares, a los motivos culturales que añoramos en pleno siglo XXI, a los recuerdos de la niñez, a la vida en el campo. En ese panorama surge, inevitablemente, la violencia que también se vivió en nuestro territorio; esta aparece en los poemas como un fantasma determinante en la construcción de la subjetividad del poeta y, por extensión, en la de los lectores que compartimos ese territorio allí sugerido, allí representado. Sin embargo, el poemario concluye con una mención a la memoria de los antepasados indígenas, a su cosmogonía olvidada, aunque actualizada por el poeta que la trae hasta nuestros días como una necesaria reminiscencia. 

No hay sorpresas en la forma de esos poemas; predomina la idea, el motivo. Salvo algunas excepciones, triunfa en ellos la referencia, un mensaje que se nos hace cercano quizás debido a la investigación de la que emergen. Esta es una característica en la que este poemario coincide con otros productos culturales contemporáneos que se presentan al público como elaboraciones de la tan mencionada memoria: el carácter testimonial, los motivos testimoniales, tan personales, tan subjetivos, predominan sobre la estructura literaria, sobre el procedimiento llevado a cabo con la palabra. Tendremos que preguntarnos por los autores, obras, tendencias y procedimientos con los que dialoga la obra de Echavarría.


Portadas de los libros de Yhimmy Echavarría Zapata

Esa misma característica sobresale en el segundo libro, Memorias que bajan remando (2023). Se trata de un texto dramático en seis actos que, comprendemos, se origina a partir de una investigación sobre el conflicto armado en un territorio que identificamos por la alusión a Sinifaná y a la extracción del oro, al desplazamiento, a la presencia de grupos al margen de la ley y la latente presencia de un interés privado que quiere conquistar a como de lugar las tierras cercanas al río.  

El Acto V de la obra, titulado “Crónicas en la cordillera”, revela con más precisión la orientación testimonial del texto; allí aparecen las historias de las víctimas, sus voces, con la fuerza que no tienen los personajes de la ficción central de la historia creada por Echavarría. Carmen Rosa, Lucía, Alfonsito, incluso el Ánima de Enrique -esa expresión de la idiosincrasia de las gentes del campo-  son fisonomías débiles comparadas con esa voz que narra y que es inusual en un texto dramático; esta aparece marcada con cursiva en el texto y representa un porcentaje considerablemente mayor que la de los personajes de la obra. Imaginar la representación y la interpretación de este texto deja muchas preguntas sobre la función que tendría esta voz que, si bien se presenta como literaria, poetizada, deja ver con absoluta transparencia un mensaje, una toma de posición sobre el conflicto.

Pienso que los libros aquí comentados merecen mayor atención por parte de las y los lectores no solo de la zona geográfica que se representa en ellos; los temas y los problemas que aparecen en ambas construcciones abordan inquietudes que tenemos como país, como humanidad. No cabe duda de que la memoria es y será por un buen tiempo el caballo de batalla de los artistas, sobre todo después del proceso de paz y de la publicación del informe de la Comisión de la verdad ¡Y qué bien que sea así! El público y el tiempo se encargarán de depurar, de hacer lo suyo, en la consagración de este tipo de producciones. Nuestro deber será leerlas, comentarlas, conversarlas, llevarlas a escena. Sirva esto como llamado a la escuela, a las bibliotecas, a los gestores culturales, para que la reflexión que está proponiendo una obra como la de Echavarría se expanda y provoque la movilización que, a mi modo de ver, busca provocar.        


Comentarios

  1. Uno más, otro, que escribe en la bruma olvidadiza, la desmemoria, costumbre recia de la parroquia. Yhimmy Echavarría, tiene la fuerza literaria, aunque el poder ; creo, está en su declamación. El efecto vernáculo de la escritura para un pueblo es fundamental. Aunque el pueblo tenga el blasón maldito de la displicencia. Leerlos no es obligación - error sería leer por demanda de otro- la lectura debe ser convicción, voluntaria y placentera, hasta cierto punto. Tengo la impresión que los esfuerzos por dar a conocer autores amagaseños (adoptivos o no) es una quimera de las buenas. Soportada por la robusta tenacidad de análisis de LA PARROQUIA y, Leandro su cabeza, aporta adhesión serena sin rédito distinto al conocimiento. Aquella triada, santísima trinidad letrada, triangulada - a mi modo de ver- por escritores eclipsados a su menester mayor ( Kastos; industrial-mercader, Betancur; Ex presidente de la república y Arcila; arqueólogo) . Digo lo anterior sin reproche, cada quien escoge sus formas, toma decisiones. Estos tres escritores a medio tiempo (¿Qué es un escritor a tiempo completo?) son las tres personas de la trinidad; ¿quién es quién? , me refiero: quién padre, quién hijo y quién espíritu santo. ¿Y los otros?, acaso, almas penosas en el purgatorio?, río del olvido, cauce de la desmemoria. Pues aquí, sin duda, una píldora para tan crónico padecimiento. ¡Arriba LA PARROQUIA!

    ResponderEliminar
  2. Para mí es claro que el padre es Juan de Dios Restrepo. Al menos por ahora. Esta es otra provocación mía.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

¿Para qué un desfile de mitos y leyendas hoy?

Una mujer de casi ochenta años estuvo de pie, al lado mío, durante las casi dos horas que duró el paso del desfile en la tarde de ayer. La acompañaba su nieta, de unos treinta, y un nieto, de máximo seis. Presencié el desfile al lado de tres generaciones. Quiero decir que lo más bello del desfile transcurre entre los cientos de personas que se asoman a la calle, a la esquina, a los balcones, a las puertas y ventanas para ver lo que vemos cada año, aunque con la expectativa de la primera vez. Hay quienes todavía se asustan con las máscaras y gritos de los personajes disfrazados, también están los que critican (como yo), los que se conmueven y evocan (también como yo) otros desfiles de otros tiempos, y quienes a pesar de los cambios inevitables creemos que en el desfile anual de mitos y leyendas del pueblo está nuestra historia, nuestra memoria, nuestros malestares y contradicciones, en fin, lo que hemos sido, lo que somos y lo que queremos ser.    Mientras veía pasar pancartas, carrozas

Contra el turismo literario

Quiero sonar, nuevamente, deliberadamente, combativo. Hoy veo la necesidad de decir dos o tres cosas sobre el turismo literario, tan de moda en estos días. Y que, como toda moda, pasará dejando un montón de papel que, en el mejor de los casos, servirá para el reciclaje, y, sobre todo, mucho humo… En primer lugar, hablar de turismo literario en un contexto en el que no se ha invertido en la promoción y conservación de obras, autores y autoras de los municipios de Antioquia es un sinsentido. En segundo lugar, no es la cultura, no es la literatura, lo que interesa a los genios de la gestión cultural que están promoviendo tal cosa; se trata de una modalidad de extractivismo patrimonial. Finalmente, en tercer lugar, el tal turista literario no es una figura que interese a la literatura; tomarse fotografías con estatuas y leer en los municipios la información que pueden encontrar en la Wikipedia no puede considerarse una acción que beneficie al patrimonio literario de los municipios. Ahora

El fin del mundo debe ser el olvido

El fin del mundo debe ser el olvido. Los fines del mundo, que son muchos, no se mencionan en la gran prensa ni aparecen en los noticieros; se encubren todo el tiempo como una impureza en la piel y sucumben a esa naturalización del horror.   Me sucede por estos días que paro una lectura para iniciar otra, generalmente del mismo autor. Interrumpí Zona de obras para leer Los suicidas del fin del mundo , escrito por la portentosa Leila Guerriero al comienzo de este siglo XXI –portentosa es un adjetivo que aprendí de ella precisamente– y publicado en 2005.   Si no la hubiera escrito Guerriero esta sería la historia de una ola de suicidios que ocurrió en Las Heras, sur de Argentina, a finales de la década de 1990 y comienzos de los 2000. Pero como lo ha escrito ella, este libro es eso y muchas otras historias, eso y muchas otras perspectivas, eso y la historia de un pueblo, eso y la vida de los homosexuales en una comunidad aferrada a valores conservadores, eso y los efectos de la explotac