Una vez muere alguien cercano comienza una lucha con la memoria. Ahora puedo (debo) decirlo en primera persona: una vez murió mi papá comencé una lucha con la memoria. Esta puede ser la orientación de La invención de la soledad, libro de Paul Auster escrito en 1980 y que yo leí por primera vez en 2012. Recientemente, a raíz de la muerte de mi papá, decidí releerlo animado por el recuerdo que tenía del texto como una obra que trataba sobre la muerte del padre, del padre ausente, del padre solitario que, cuando falta, deja para quienes necesitan recordarlo, la difícil tarea de construir un retrato suyo al cual aferrarse, para que no muera de la manera en que se muere realmente, es decir, de olvido.
Sinceramente, no recordaba que el libro de Paul Auster tenía dos partes: “Retrato de un hombre invisible” y “El libro de la memoria”, este último compuesto por trece volúmenes en los que A. (una especie de alter ego de Auster) reflexiona sobre asuntos como la muerte, la memoria, el olvido, la relación con el padre, el paso del tiempo, entre muchos otros. Para esto, el texto se torna diario, reseña, anecdotario, ensayo, relato; se retoman citas de Pascal, Proust, Flaubert, Freud; se revisitan relatos como el de Jonás y la ballena, Pinocho y Gepetto en el estómago del tiburón; se recuerdan las vidas de Ana Frank y Vincent Van Gogh. Estos temas y pretextos articulan las dos partes del libro; un apartado se nutre del otro haciendo que uno se sea planteamiento y el otro caso o experiencia. Finalmente, no importa mucho pues la experiencia de lectura se suscita en el contacto con las dos partes.
“Retrato de un hombre visible” es una reconstrucción de la vida, de la memoria, del padre de Auster. Ante la muerte de un padre ausente, lejano, misterioso, Auster emprende la aventura de armar, como si se tratara de un rompecabezas, la historia no conocida de su padre que es también la reconstrucción de la memoria de su familia paterna, con todos los desencuentros que eso implica. Esa construcción de la memoria es, también, un proceso de comprensión del texto que es la vida del otro. De alguna manera, la muerte de un ser cercano como el padre si bien cierra todas las posibilidades de estar, hablar y restaurar a esa persona, abre todas las puertas que antes parecían cerradas para conocerle en el relato de los otros, en los objetos, en las acciones que recordamos, en sus palabras y gestos más propios, en su olor, en el tono de su voz, en la mirada que siempre se recuerda, y también en su silencio, en su ausencia, en su no estar. La memoria, puede concluir el lector, se compone de toda esa materia tan diversa y a veces inasible.
¿Cuántas cosas mueren con el padre? Por supuesto, también permanecen muchas cosas; pero el libro de Auster nos invita a pensar, también, en lo que muere para siempre, quizás porque no lo conocimos, porque el muro que hubo siempre con quien ha muerto cayó, pero sepultó todo lo que podía decirnos algo. El libro es también un homenaje a todo eso que no se recuerda porque se ha olvidado; y aunque suene a lugar común, la memoria es también aquello que olvidamos por inercia, defecto humano o por decisión.
Memoria, soledad, escritura. Esos pueden ser los temas que se desarrollan, si se puede hablar de desarrollo en una escritura que tiene a la fragmentariedad como principio. La escritura, que necesariamente se ejerce en soledad, es un proceso de construcción de memoria en el sentido cognitivo, cultural y metafórico. Es una realidad a la que nos enfrenta el relato de A. buscando significar la memoria en relatos, pensamientos, vidas y personajes de la cultura occidental principalmente. Los trece volúmenes de los que se compone “El libro de la memoria” logran sumergirnos en el problema del acto de recordar más allá de un traer cosas a un plano supuestamente consciente, o de un pasado a un presente, incluso más allá de un pasar dos veces por el corazón; la construcción de la memoria es, paradójicamente, un proceso que se orquesta en solitario pero que requiere de voces, materialidades y perspectivas para enriquecer el relato, no sé si para acercarse más a la verdad: “La memoria, por lo tanto, no sólo como la resurrección del pasado individual, sino como una inmersión en el pasado de los demás, lo que equivale a hablar de la historia, donde uno participa y es testigo, es parte y al mismo tiempo está aparte” (p. 190).
Es posible que uno no elija siempre las situaciones que vive con una persona, en este caso el papá; digo que no siempre para no evadir responsabilidades, para decir que a veces sí las elegimos. Lo que sí podemos elegir es qué y cómo recordar a esas personas. Eso, sé que lo dijo Borges en algún lugar y con palabras más bellas, concede a nuestra voluntad humana cierta divinidad. Crear la memoria de alguien es, también, inventar la propia, y en ese acercamiento se da uno cuenta de la soledad del otro y de la propia como la característica que más nos acerca, como lo que nos permite construir la compasión, sentir con el otro así ya no esté. Entonces es posible hablar de perdón y, ahí sí, emerge con claridad aquello que se recordará para siempre.
Nota: Esta entrada de La parroquia está dedicada a mi papá, Norberto Garzón León. Él murió el 7 de diciembre de 2023 y vive para siempre en mí que llevo sangre, apellido y dicen que un rostro parecido al suyo. Te honro, pá.
Referencia: Auter, Paul [1982] (2012), La invención de la soledad, Barcelona, Anagrama, 235 p.
Traducción de M Eugenia Ciocchini.
Mi Leandro bello, en el camino de la escritura siempre encontramos una huella que nos conduce a la memoria sublime. Ya no se trataría, entonces, de la invención del relato para nombrar la soledad; sería la evocación de la presencia en el presente del espíritu. Recordar el fuego que recorre la sangre, el cual, aunque la sangre se detenga porque se silencia la música del corazón, permanece encendido. Abrazarnos a esa misteriosa luminosidad para reconocernos en la eternidad ígnea. Ahí está mi padre, mi madre; ahí también estoy yo; ahí estaremos, como un madero divino en permanente renovación.
ResponderEliminarLo mejor de este blog es que podemos conversar. En la distancia, pero conversar.
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