Junto con el lenguaje ha de explotar la moral; no importan las grandes tramas; la materia verbal es una aventura en sí misma; no hay inocencia en la niñez, no en nuestras sociedades capitalistas occidentales; hay literatura en la cotidianidad, en la simpleza, en lo banal y en lo feo; hacer literatura es tratar con una cosa viva, que adquiere vida propia, que puede llegar a excedernos, a sobrepasarnos; dado que es imposible representar la totalidad, hay que hacer del fragmento una totalidad; el punto de vista lo es todo pues es allí donde el valor del tratamiento de las formas y contenidos (en caso de que todavía haya quien se empeñe en separar esas dos cosas). En lo anterior he tratado de sintetizar una especie de credo estético a partir del cual pudo ser escrita y desde el cual se puede leer Panza de burro de Andrea Abreu (2020).
Se trata del mundo visto a través de los ojos de una niña que habita Canarias, el mundo en una isla que puede ser cualquier parte del planeta en la que la pobreza conviva con el turismo, la falta de educación, la desigualdad y, también, el amor ¿Cómo se ve el amor, cómo se le representa, en un contexto tan hostil? No parece haber otra forma sino a partir de la visceralidad, de la rabia, de la palabra dura, de la violencia del lenguaje. Ahí creo que está dado el principal atributo de esta novela. Quizás el tema nos es familiar pero no la forma en la que es tratado, y no me refiero solamente al uso especial del lenguaje, quizás inusual para una obra literaria; es decir, un lenguaje que busca reproducir hasta en el registro más mínimo el habla popular con todas sus licencias, con todo su atrevimiento, con toda su transparencia y transgresión. Es una bella paradoja: no estamos ante el lenguaje desautomatizado sino ante un lenguaje cotidiano que se desautomatiza cuando se intenta agarrarlo en la escritura. Se trata de literatura en el sentido más primario del término.
Sé que no hago justicia a la novela diciendo que se trata de una historia de amor escrita con las palabras de las entrañas; y las palabras de las entrañas no son exactamente las más bellas, las más armónicas, las políticamente correctas. El mundo – que incluye al amor – no puede ser visto desde la mesura y el equilibrio. Es en este aspecto donde el punto de vista deja de ser solo técnica y se hace planteamiento, quizá toma de posición, tal vez ideología. El trasfondo no es la isla paradisíaca sino la vida real de los lugareños, sus trabajos, sus necesidades, sus costumbres, formas de pensar, sentir y hacer sentir; su representación de la mujer que incluye la representación de las mujeres mismas que se construye a partir de la autocrítica y una elaboración de la ironía que raya con la tragedia, como un chiste pasado de tono, un chiste que hiere susceptibilidades de manera deliberada porque se ha comprendido que no hay lugar para adulaciones y eufemismos.
La atmósfera que ahoga, las nubes bajas y amenazantes del fenómeno llamado panza de burro dominan también la experiencia de lectura. Es inevitable hacer esa relación entre el paisaje que amenaza lluvia, humedad y nubes bajas, y la transparencia de una lengua que amenaza caos. Porque todo produce la vida de Isora y su amiga, la narradora, menos tranquilidad. Se trata de un par de niñas arrojadas a la realidad con fuerza, quizás crueldad. De eso no escapan ni sus juegos, ni sus aventuras, ni sus diálogos, ni la historia de sus familias que aparece insinuada, aunque con suficientes elementos para comprender el porqué de tanta dureza.
Pero quiero insistir en la representación del amor, del amor con rabia, del amor malhablado, del amor que se expresa con palabras que solo usamos para dar cuenta de todo lo que negamos del cuerpo, de nuestra biología, de la vida, a fin de cuentas. Y es verdad que eso no es nuevo en la literatura, hubo poetas que hablaron de amor escribiendo poemas a una carroña. No obstante, poner eso en palabras de una niña me parece que tiene un valor especial porque allí se confunde esa supuesta inocencia en la que persistimos al hablar de niños con una visión sin filtros de un contexto a mi modo de ver inclemente con la niñez, con las mujeres, con los pobres.
Así las cosas, aun admitiendo que Abreu no es la primera ni será la última en bombardear el lenguaje para tratar temas de difícil tratamiento que siempre han generado malestar, Panza de burro tiene características que no se pueden pasar por alto en la obra de una escritora joven, o que precisamente por eso asume con tanta libertad su escritura. La complejidad de su punto de vista ha sido referida por otras escritoras, como Pilar Quintana que en Los abismos ve el mundo a través de una niña, aunque se trata de una niña recordada. Encuentro arriesgado e inútil hablar de obras maestras; no soy ni quiero ser el que llene de adjetivos mal puestos una novela como esta. Solo me interesa admitir que me sorprendió esta lectura por esa especie de aventura con el lenguaje que emprende, por lo desafiante del punto de vista que elige y domina, y por el malestar que puede generar en un lector como yo que he confesado mi afición por las narrativas que recuperan el detalle, que no le temen a las grandes extensiones y que confiesan su compromiso, sin temor al comercio, a la crítica de coctel y a los lectores jóvenes, una categoría que creo ha sido subestimada.
Al leer la reseña surgen muchas preguntas, inquietudes, dudas: estamos ante una época que reclama deshacernos de los artilugios y pensar en una literatura de calle? Si es así, cómo no volver la entraña, la calle, la suciedad, la barbarie, la vulgaridad, otro lugar común? Eso si dan unas inmensas ganas de leerla. Gracias Lea. Att: Pauli.
ResponderEliminarPauli, yo creo que es la naturaleza de la institución literaria: atrae para sí manifestaciones que en otro momento rechazaba. Ahora bien, cuando esta "vulgaridad" sea la norma, lo institucionalmente validado, habrá quien la contradiga, quien pelee contra ella y, eventualmente, quien la venza.
EliminarMe encanta, profesor Leandro, su confesión seca y tajante sobre un aventurero y arriesgado lenguaje. En toda literatura hay intersticios fascinantes que pujan por ser descubiertos.
ResponderEliminarUn complemento: todo intersticio tiene una tradición, no nace de la nada. Seguir el hilo de esas tradiciones permitiría hacer estudios de la literatura más relacionales, menos inmanentes... Más vida y menos humo.
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