Ir al contenido principal

El viajero y sus sombras, de Renán Silva (un atrevimiento mío)

Hay quienes existen para pensar, aunque en sociedades como la nuestra aún cueste tanto ganarse ese lugar, al menos ganarlo por mérito y no por distinción de clase, por privilegio o por publicidad, como es común por estos días. Pero este libro del historiador Renán Silva se refiere a un pensador en el sentido más estricto de la palabra: Francisco José de Caldas. Y, ahora que lo escribo, este libro lleva a redimensionar ese término que hoy se les atribuye a personas que no necesariamente piensan, sino que comentan, parafrasean, balbucean impresiones y, finalmente, confunden. Nuestra academia está plagada de estos pensadores, pero no serán ellos objeto de esta reflexión. 


Se debe llamar la atención en el título de este libro que recuerda uno de Nietzsche (El viajero y su sombra). Además de la alusión al viaje que cobra una especial importancia en este estudio, las sombras remiten a la insatisfacción, la incompletud, el reconocimiento del límite y la angustia que eso implica en una relación seria y sensata con los saberes y conocimientos. Por otra parte, Silva hace alusión al filósofo en una hermosa cita que introduce en los agradecimientos: “al estudiar la historia, sentía transformarse constantemente, no solo su espíritu, sino también su corazón, y que, en oposición con los metafísicos, estaba dichoso de abrigar en él, no un alma inmortal, sino muchas almas mortales”. 


Silva logra presentarnos no solo a una persona, un sujeto con todas sus ambigüedades, sino también un periodo de nuestra historia sobre el que abundan los supuestos, supuestos que él se encarga de revelar con ese estilo muy suyo de ir señalando problemas en un acto de generosidad con los investigadores que han de continuar la búsqueda, aunque deban asumir la crítica atinada pero mordaz del historiador. Para cumplir este cometido Silva hace uso de todo su conocimiento sobre las fuentes históricas y su tratamiento; por esto se entiende que aquí se ponen en diálogo cartas, cuadernos de viaje, otros estudios históricos respecto de los cuales el historiador ejerce un dominio difícilmente comparable. Este es uno de los aspectos que más admiramos en el trabajo de Renán Silva: ante un archivo no siempre cuidado y organizado, él organiza y somete a un orden que le permite ir y venir por esos documentos como por una región conocida hasta en sus lugares más insospechados. 



No es el Caldas prócer de la Independencia el que se nos presenta en este libro, sino el Caldas científico; aquí adquiere sentido el apelativo de sabio. Y no se llega a ser sabio de la noche a la mañana, ni por consagración de clase; esta puede ser una tesis que se desarrolla en este trabajo. La emergencia de los científicos (y científicas porque hay alusiones a mujeres que también participaron de esos inicios de la inquietud naturalista) se comprende como una confluencia para nada casual de ideas, prácticas, creencias, objetos culturales y comportamientos que propician el lento surgimiento de una nueva actitud ante los libros, los saberes, el conocimiento, la experimentación, la profesión del científico, del que piensa y hace cosas con el fin de darse una idea nueva de su realidad. 


En ese contexto, el monumento que la tradición ha construido en torno a Francisco José de Caldas se desacraliza. Primero comerciante, luego viajero, de ahí científico en un mundo cuyo horizonte de expectativas no puede aún comprender esa actitud ante la naturaleza, ante la geografía, ante los fenómenos naturales. Caldas aparece incomprendido, pretencioso, débil en algunos casos, engreído en otros. En todo caso, el ir y venir por cartas y diarios de viaje nos permite acceder a esa complejidad que es el origen de una nueva mentalidad. 


Es posible que todas estas referencias a las fuentes, a su riguroso y sorprendente tratamiento generen la idea de que este es un libro hipercodificado, de difícil comprensión, apto solo para iniciados. Pero no es así; por momentos el lector se olvida de esa orientación del texto y tiene la sensación de habitar una historia, no diré una novela, pero sí una narración rica en matices, protagonizada por alguien nada predecible y que vivió cada desafío de su contemporaneidad. Tal como está contada esta historia logra conmover; al terminar se puede sentir la nostalgia de abandonar a alguien con quien hemos conversado, vivido y aprendido. Así suene cursi, esta lectura permite conocer mejor la difícil relación que tenemos con el conocimiento en estas tierras. 


Para terminar, hay un enigma que, creo, logra resolverse con este libro; o, al menos, se dan muy buenos elementos para referirse a él: me refiero al papel de Humboldt en esta historia respecto del cual se han conjeturado tantas leyendas; también sobre por qué Caldas no es elegido para dar continuidad a la Expedición Botánica luego de la muerte de Mutis. Pero no lo diré en este comentario, para que conversemos o lean el libro. 


Cierro con esta bella frase de Silva: “Pues no hay ningún tipo o forma de deseo de saber que no hunda sus raíces en situaciones que son exteriores a la actividad de conocimiento y no se liguen a intereses mundanos públicos o secretos” (p. 489). 


  


 


 

Comentarios

Entradas populares de este blog

¿Para qué un desfile de mitos y leyendas hoy?

Una mujer de casi ochenta años estuvo de pie, al lado mío, durante las casi dos horas que duró el paso del desfile en la tarde de ayer. La acompañaba su nieta, de unos treinta, y un nieto, de máximo seis. Presencié el desfile al lado de tres generaciones. Quiero decir que lo más bello del desfile transcurre entre los cientos de personas que se asoman a la calle, a la esquina, a los balcones, a las puertas y ventanas para ver lo que vemos cada año, aunque con la expectativa de la primera vez. Hay quienes todavía se asustan con las máscaras y gritos de los personajes disfrazados, también están los que critican (como yo), los que se conmueven y evocan (también como yo) otros desfiles de otros tiempos, y quienes a pesar de los cambios inevitables creemos que en el desfile anual de mitos y leyendas del pueblo está nuestra historia, nuestra memoria, nuestros malestares y contradicciones, en fin, lo que hemos sido, lo que somos y lo que queremos ser.    Mientras veía pasar pancartas, carrozas

El fin del mundo debe ser el olvido

El fin del mundo debe ser el olvido. Los fines del mundo, que son muchos, no se mencionan en la gran prensa ni aparecen en los noticieros; se encubren todo el tiempo como una impureza en la piel y sucumben a esa naturalización del horror.   Me sucede por estos días que paro una lectura para iniciar otra, generalmente del mismo autor. Interrumpí Zona de obras para leer Los suicidas del fin del mundo , escrito por la portentosa Leila Guerriero al comienzo de este siglo XXI –portentosa es un adjetivo que aprendí de ella precisamente– y publicado en 2005.   Si no la hubiera escrito Guerriero esta sería la historia de una ola de suicidios que ocurrió en Las Heras, sur de Argentina, a finales de la década de 1990 y comienzos de los 2000. Pero como lo ha escrito ella, este libro es eso y muchas otras historias, eso y muchas otras perspectivas, eso y la historia de un pueblo, eso y la vida de los homosexuales en una comunidad aferrada a valores conservadores, eso y los efectos de la explotac

El profesor Jairo Ramírez Rico

La tarea consistía en escribir nuestra propia versión de la Divina comedia , luego de haber leído algunos cantos de la obra de Dante; una tarea más para los estudiantes de décimo, una oportunidad para un muchacho de quince años como yo en ese entonces, con una familia desmoronándose, con todas las dudas posibles sobre su sexualidad y con un deseo incomprensible de no querer estar más en el lugar que estaba. Mi tarea, como era de esperarse, se concentró en el infierno (recuerden que en la obra Dante pasa por el infierno, el purgatorio y el cielo); allí, en una clave que el profesor leyó a la perfección, pude poner toda la desazón y la incertidumbre que embargaba mi corazón adolescente y dramático. No recuerdo más de ese ejercicio, solo que tuvo mucho éxito y que, incluso, hubo dos compañeros que me pagaron para que escribiera sus propios infiernos. Hay quienes están dispuestos a pagar por eso y hay quienes queremos que nos paguen por hacerlo, lo aprendí muy temprano.  Jairo, el profesor