Ir al contenido principal

El pecado de la carne, de Andrés Delgado (un comentario)

No es sólo un libro de crónicas; es, también, un libro sobre la escritura, sobre la literatura, sobre la reportería. Existe en la historia del periodismo un momento en el que los redactores salen de las salas para buscar la noticia, el suceso atractivo, y con ello una forma distinta de contarlo, lo que muchos han llamado la voluntad de estilo. Creo que no es un desacierto ligar El pecado de la carne (2023) a esa tradición. Incluso, hay que decir que es un libro que incluye crónicas (y otras formas no necesariamente periodísticas y no por eso ficcionales), pero que no tienen la urgencia ni la demanda del periodismo; la situación de producción de esta escritura es otra. No sé si Delgado se sienta periodista o no, pero estoy por creer que su interés no se agota en contar la noticia sino en vivir la experiencia para luego transmitirla de alguna manera, lo que no lo libra del morbo, del atractivo de lo sórdido, del exotismo, de un lugar de enunciación de los escritores aburguesados con relación a lo popular, a lo muy popular. Este es un lugar que ha gustado mucho en Medellín, ver en lo popular (los barrios arriba y el centro principalmente) una cantera inagotable de temas.

Quizás por eso la pregunta que le hice a Delgado en el lanzamiento de su libro; aún sin leerlo, sabía de esa tendencia de su crónica a buscar el suceso y las personas, a vivirlo, a entrar en contacto y, luego, proporcionar a los lectores no una noticia sino una experiencia de inmersión (este creo que es un concepto clave en esta forma de periodismo). Mi pregunta se refería al llamado periodismo gonzo y a su posible nueva recepción; desde mi punto de vista, hubo un tiempo en el que los mismos periodistas denigraron de un tipo de periodismo que fingía situaciones o las provocaba, puyaba a los testimonios, sobrepasaba límites éticos, nada tenía que ver con la objetividad y, en muchos casos, sorprendía más por los temas que trataba que por las formas de contarlo. Mucho espectáculo y poca escritura; contenidos muy atractivos y poco procedimiento escritural.


Pienso que mucho del reporter y mucho del gonzo, aunque también mucho del conocimiento de las técnicas narrativas principalmente del siglo XX, confluyen en este conjunto de textos de no ficción escritos por Andrés Delgado. Y que me perdone el escritor si algo de esto que escribo no cuadra; si peco por obra o por omisión. 

El libro contiene veinticinco textos que se agrupan por temas, así este criterio no sea haga explícito: un primer conjunto de crónicas trata del amor y la sexualidad (siempre digna de ser revisitada) desde perspectivas poco convencionales; predomina allí el punto de vista si se quiere original sobre temas que perfectamente podrían hacer parte del paisaje. Un segundo grupo de textos se refiere a la comida, a la ropa, los médicos, y aquí irrumpe con cierta fuerza el reportero arriesgado, no sólo interesado por lo popular sino también crítico sobre el consumo irracional capitalista. Los escritos siguientes son muy interesantes porque son parte de un taller de escritura que Delgado acompañó en un proyecto en la cárcel; se trata de historias cortas, contadas sin mucha pretensión, en la que estos hombres reconstruyen sucesos y anécdotas que los conectaron con el crimen, el hampa, la delincuencia naturalizada en una ciudad como Medellín. No podían faltar en este volumen los relatos sobre la vida en el ejército, un tema que ha interesado a Delgado y que le ha dado materia para un libro, incluso. Para cerrar la selección, se incluyen las crónicas sobre el centro de Medellín, las prostitutas, las coperas, el viaducto del metro entre Prado y Parque Berrío, asuntos que, a mí modo de ver, son tratados por Delgado con un estilo propio y que ya comienza a ser conocido; un estilo en el que conviven el conocimiento que da la inmersión, la observación atenta de detalles que resultan decisivos, la crítica y, si me lo permiten, el humor. Porque en la crónica de Delgado hay constantes guiños que nos dicen que eso tan serio que nos está contando, a veces supera la realidad, y de lo hiperbólico llega a ser risible. El libro cierra con un texto sobre un tema poco usual en Delgado, pero es de lo más bello que se encuentra en el volumen. No diré más para que lo lean.

No debe ser fácil hacer un libro de crónicas. Para llegar al volumen, antes fue necesario pasar por periódicos y revistas; formar un público; convencerse del valor de la propia escritura; escribir cosas buenas y no tan buenas. Una vez hecha la dispendiosa y siempre incompleta selección, hay que ordenar el archivo propio, darle un sentido a ese recorrido que se va a sugerir en el libro. Hace poco escuché a Leila Guerriero hablar del orden que dio a sus textos en Teoría de la gravedad como el mayor valor de ese libro. Sugerir un orden para la escritura propia puede resultar una tarea tanto o más complicada que escribir los textos. Finalmente, llega el libro (en este caso un hermoso libro) y los lanzamientos y las preguntas no siempre buenas y las notas de quienes pretenden decir algo, como si hubiera que decir algo.


Comentarios

  1. Pues a leer este libro, porque con esa introducción es un buen comienzo. Y aprender, porque cada lectura enseña algo nuevo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegra que este comentario haya logrado capturar su interés. Lea el libro; no lo defraudará. Y ojalá pueda dejarnos su comentario sobre su experiencia con esa lectura.

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

¿Para qué un desfile de mitos y leyendas hoy?

Una mujer de casi ochenta años estuvo de pie, al lado mío, durante las casi dos horas que duró el paso del desfile en la tarde de ayer. La acompañaba su nieta, de unos treinta, y un nieto, de máximo seis. Presencié el desfile al lado de tres generaciones. Quiero decir que lo más bello del desfile transcurre entre los cientos de personas que se asoman a la calle, a la esquina, a los balcones, a las puertas y ventanas para ver lo que vemos cada año, aunque con la expectativa de la primera vez. Hay quienes todavía se asustan con las máscaras y gritos de los personajes disfrazados, también están los que critican (como yo), los que se conmueven y evocan (también como yo) otros desfiles de otros tiempos, y quienes a pesar de los cambios inevitables creemos que en el desfile anual de mitos y leyendas del pueblo está nuestra historia, nuestra memoria, nuestros malestares y contradicciones, en fin, lo que hemos sido, lo que somos y lo que queremos ser.    Mientras veía pasar pancartas,...

Contra el turismo literario

Quiero sonar, nuevamente, deliberadamente, combativo. Hoy veo la necesidad de decir dos o tres cosas sobre el turismo literario, tan de moda en estos días. Y que, como toda moda, pasará dejando un montón de papel que, en el mejor de los casos, servirá para el reciclaje, y, sobre todo, mucho humo… En primer lugar, hablar de turismo literario en un contexto en el que no se ha invertido en la promoción y conservación de obras, autores y autoras de los municipios de Antioquia es un sinsentido. En segundo lugar, no es la cultura, no es la literatura, lo que interesa a los genios de la gestión cultural que están promoviendo tal cosa; se trata de una modalidad de extractivismo patrimonial. Finalmente, en tercer lugar, el tal turista literario no es una figura que interese a la literatura; tomarse fotografías con estatuas y leer en los municipios la información que pueden encontrar en la Wikipedia no puede considerarse una acción que beneficie al patrimonio literario de los municipios. Ahora...

Cien años de soledad y punto

Quise releer Cien años de soledad no tanto por su reciente reaparición sino por una clase que debía preparar para el mes de noviembre. Digo releer no para presumir sino porque esa experiencia puede jugar a mi favor en este comentario. Desde el momento que empecé, a pesar de este nuevo lente mío que se ha ido construyendo en los últimos diez años, tuve la certeza de que nada de lo que había vivido en las lecturas anteriores había cambiado. Cada frase se me hizo tan sorprendente, tan reveladora, tan nueva, como la primera vez que lo leí a los diez y siete años en el cuarto que me habían destinado para cuidar el sueño de la abuela Belarmina. Ahí estuve, en ese universo tan completo, tan bien imbricado, tan suficiente, como el joven que apenas si sabía quien era García Márquez y el tal realismo mágico. Esta vez leí con lápiz en mano; identifiqué los motivos principales de cada uno de los veinte capítulos; pude percibir la precisión y la artesanía con que se articulan las historias; rede...