Debe haber una forma en la que los escritores expresan lo que ven y sienten sobre las ciudades; una forma que es eso: forma en la escritura. Me refiero a una forma que no es la del cuento, ni la de la novela, ni la de la poesía, tampoco la crónica o el reportaje. Estas son insuficientes o inadecuadas. Es una forma que se vale del fragmento, del recuerdo fugaz, de la epifanía que surge en una conversación inesperada, del collage, del recuerdo personal, de la evocación de lecturas, películas y discursos. Es una forma que, a pesar de lo caótica, tiene su identidad en ese mismo caos; su orden posible o el orden al que se someten las realidades que asaltan al viajero (no al turista) que se enfrenta a un territorio desconocido, por más que se haya leído sobre él.
En eso pensé al leer Samizdat de La Habana, de Daniel Ferreira (2020). Como
el mismo autor lo revela, este es un libro que se construye a partir de dos
cuadernos en los que Ferreira consigna su experiencia en dos viajes hechos a Cuba
en dos momentos distintos, 2012 y 2015. El samizdat no sólo es clandestino por
los temas múltiples que se superponen en él, fiel al origen soviético de la
palabra que le da nombre, sino que es subversivo en su forma, en su composición,
en los puntos de vista que suministra al lector.
Ferreira no esconde su inquietud sobre la forma de su texto que pasa a ser,
también, inquietud para quienes leemos:
“¿El tiempo personal es tiempo histórico? Supongo que ese es el sentido más
aproximado de lo que debe ser la crónica, la integración del sujeto con la
época. La crónica, a diferencia del diario que alimenta el cuaderno de viajes,
está inmersa en el registro del tiempo en que ocurre. Pero algo cambia entre el
diario y la crónica, y es la mirada. En el periodismo siempre se está a la
espera de que pase algo. Un suceso noticioso, un dato y borrar el sujeto. En estos
cuadernos no pasa nada. Sólo está el protagonismo del sujeto. Su mirada. Y pasa
eso otro que es la vida. O un fragmento. Por eso no es una crónica sino un
diario” (Ferreira, 2020, p. 204)
En el diario, pues, tiene lugar la anécdota, la reseña, la transcripción, el
humor, la crítica, el análisis, la narración también, incluso el desencanto y
la belleza. Me atrevo a decir que el libro transgrede la forma misma del
diario. Como si no fuera posible dar cuenta de la complejidad de ese contexto
que es La Habana en una forma preestablecida, concebida a priori. Quizás se
trate de una forma que se va cristalizando de manera paralela a la experiencia
del viaje, de los viajes. Y Ferreira nos ha demostrado que conoce bien de
formas, de viajes y de viajeros.
Y bueno, uno recuerda los libros por algo. Quiero recordar este libro por
esa inquietud sobre la forma, por la palabra que el autor decidió poner en su
título. Quiero insistir en encontrar esa correspondencia entre el nombre y el
objeto, entre el nombre y la forma. No siempre se tiene la fortuna de que un
escritor plantee ese tipo de desafíos, así deba poner en riesgo mi integridad
de lector.
Y quiero recordar este libro por sus consideraciones sobre autores y
autoras cubanas que allí se mencionan: Enrique Lihn; Pedro Juan Gutiérrez;
Reinaldo Arenas; Ángel Escobar; Virgilio Piñera; Yoani Sánchez; Wendy Guerra; Jorge
Alberto Aguiar Díaz; y Aurelio Ángel Baldor de la Vega, nuestro Baldor de
octavo grado, de quien jamás olvidaré su nacionalidad y su historia de injusticia
editorial. Además, tengo que mencionar la figura de Hemingway de quien, quizás
sin proponérselo, Ferreira proporciona una construcción que no se ahoga en la
leyenda.
Porque el de Ferreira es el diario de un escritor; no podría ser de otra
manera.
Hice un alto en este punto: <<"El tiempo personal es tiempo histórico? [...] En el periodismo siempre se está a la espera de que pase algo. Un suceso noticioso, un dato y borrar el sujeto. En estos cuadernos no pasa nada. Sólo está el protagonismo del sujeto. Su mirada. Y pasa eso otro que es la vida. O un fragmento. Por eso no es una crónica sino un diario” (Ferreira, 2020, p. 204)
ResponderEliminarY me detuve en él porque he estado pensando mucho en el sentido que pueda o no tener/escribir un diario. Pues bien, ese fragmento del libro que reseñás y tu escrito me arrojan una pequeña luz al respecto. Habré de leer el texto de Ferreira en algún momento, y quizá, en el instante en que lo termine, vuelva a este lugar (al blog) si aún existe, a dejar mi impresión en un comentario que se valdrá de este espacio para que funja en esa ocasión de diario. No tanto porque algo pase sino por la impresión o la huella que pueda o no dejar en mí Samizdat de La Habana.
Yo creo que tiene mucho sentido escribir un diario; no una autobiografía (está tan cargado de prepotencia ese "género"). El diario es más sincero, quizá más transparente que otras formas de escritura, digamos, íntima. Aunque no creo en la intimidad de la escritura. Y bueno, te voy a prestar el libro. Ya quiero leer tu comentario al respecto.
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