De hecho, todas las historias de amor que acaban bien no se merecen más que unas pocas frases.
Orhan Pamuk en El museo de la inocencia.
El museo de la inocencia no es una novela de amor; eso sería poner todo el énfasis de la lectura en la perspectiva de Kemal Bey y no en Fusun que es, a mi modo de ver, personaje y planteamiento, concreción bella y trágica de la imposibilidad de ser, del destino truncado, en caso de que el destino exista, como dijo mi amiga Paulina.
La historia se desarrolla en el contexto de la transición de Turquía a una modernización, entendida como europeización u occidentalización, en las décadas de 1970 y 1980. La novela abunda en detalles de este momento histórico, al tiempo que señala las inevitables contradicciones de una sociedad y una cultura milenarias fundadas en principios, vistos desde hoy, conservadores; la familia, el padre, la ley, la religión, lo correcto y lo incorrecto, lo permitido y lo no permitido. Este es un conservadurismo al que no escapa el mismo Kemal Bey (narrador y personaje) por mucho que haya viajado y conocido mujeres, por mucho dinero con el cual conocer y hacerse una máscara (es sólo una máscara) de modernidad.
Pienso que el mérito de Orhan Pamuk está en construir este punto de vista (el de Kemal) sin dejar de lado esa contradicción constitutiva de su fisonomía intelectual; sus palabras y actos “modernos” no se corresponden con su espíritu a fin de cuentas pacato, restringido y terco hasta donde su clase social se lo permite. En ello no puedo ver sino una comprensión de los límites ideológicos de un hombre incapaz de hacer libre a alguien porque tampoco él es libre. No obstante, a diferencia de Fusun, Kemal no llega a comprender la imposibilidad; ve horizontes donde a él y a Fusun se le levantan muros, murallas, de frente y sin piedad.
La novela se ralentiza, se detiene, describe hasta el tedio, precisamente para mostrarnos la precariedad de ese universo. Las fiestas de la alta sociedad, el cine, la televisión, la ciudad asediada por los atentados, una bohemia pueril, la música, la cotidianidad en los hogares y barrios populares, todo eso tan amplia y magistralmente expuesto tiene como efecto un cansancio ante el cual el lector se niega a sucumbir, quizás como el mismo Kemal se niega a aceptar una vida sin Fusun a su lado.
Pero en la vida real hay quienes sucumben, no al destino sino a sus condiciones, a su situación. En este caso se trata de un ambiente absolutamente hostil para las mujeres, mucho más para las mujeres pobres. En este sentido el silencio de Fusun, su parquedad y su sutileza son contundentes para el efecto que suscita la obra y, también, para el planteamiento según el cual se puede ahogar tanto una voz que, finalmente, no es que la apaguen sino que ella misma decide apagarse; es lo peor que puede ocurrir, la máxima expresión de la imposibilidad de la que hablo.
Después de eso, de poco sirve recordar a Fusun a partir de los objetos que le pertenecieron, con los que tuvo contacto o que simplemente la evocan; atesorarlos (comprarlos) me resulta un placer tan burgués y egoísta como el deseo de poseerla con el eufemismo de la protección, de la adoración. Fusun podía pintar y desear conocer los museos de Europa, pero nunca ser una actriz. Todos deciden sobre ese deseo, las páginas donde se toma una decisión al respecto el personaje no se menciona, desaparece, calla.
Entonces no me conmueve la elección de Kemal, porque fue una elección. Me conmueve hasta el taco en la garganta la imagen de Fusun fumando al amanecer, con un vaso de raki* al lado. Kemal la ve desde la ventana y no puede ver más que lo que quiere ver: la mujer que por fin va a ser su esposa, a pesar de amarla. Ella, por el contrario, ha entendido todo.
Lea que conmovedor texto. Tiene tanto de reseña como de invitación y de reflexión. Sin duda la novela tiene muchos elementos que estremecen. El peso del tiempo, la relación con los objetos y la abnegación hacia el fracaso. Celebro mucho que te haya gustado.
ResponderEliminarCréeme que todavía pienso en Fusun.
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