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De la función intelectual de la mujer escritora en el fin del siglo XIX en Colombia. La recepción de las Memorias presentadas en Congresos internacionales que se reunieron en España durante las fiestas del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América en 1892, de Soledad Acosta de Samper.

Un problema. El desplazamiento de la escritura 

La historia de la literatura escrita por mujeres en el siglo XIX en Hispanoamérica puede perfilarse, al mismo tiempo, como un proceso de conquista de la escritura pública. Destinadas a los temas, estructuras y ámbitos de lo privado, las escrituras de las más reconocidas autoras de ese siglo debieron enfrentar la crítica mordaz –muchas veces malintencionada– de sociedades ancladas en idearios conservadores; la burla, cuando no la sanción o la censura, fue en muchas ocasiones la manera como la institución representada en asociaciones de escritores, publicistas y redactores de revistas y periódicos, recibieron el fenómeno de la incursión de las mujeres en escrituras cada vez más alejadas de la intimidad de los diarios o los epistolarios, de la ficción novelesca o el sentimentalismo de la poesía. 

Además de la hegemonía masculina, común en buena parte de las sociedades decimonónicas hispanoamericanas, tal oposición debe ser entendida en términos de un gran desplazamiento –lento, aunque contundente– en el que la escritura de las mujeres tiende a desligarse de la esfera privada y a establecer relaciones con la esfera pública. Un desplazamiento de ese tipo implica una imagen nueva de mujer y, más precisamente, una nueva imagen de la mujer escritora que desempeña funciones intelectuales; funciones que para la década final del siglo XIX en Colombia eran más comunes a los hombres de letras y publicistas. 

El presente trabajo se propone abordar un caso que, si bien es particular y específico, permite hacer algunas consideraciones sobre la complejidad del proceso de incursión de las mujeres escritoras en la escritura pública. Para ello, se toman como objeto de análisis y reflexión tres textos aparecidos en la revista antioqueña La Miscelánea durante el año de 1894, para ese entonces dirigida por Carlos A. Molina (hijo del reconocido periodista Juan José Molina); estos textos, escritos por hombres integrantes de la élite letrada antioqueña del final del siglo XIX, surgen luego de que sus autores conocen la publicación del cuadernillo que lleva por título Memorias presentadas en Congresos internacionales que se reunieron en España durante las fiestas del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América en 1892, de Soledad Acosta de Samper (1833-1913). Las valoraciones que allí se hacen de las Memorias y de su autora, es decir, su recepción, pueden leerse como reacción al desplazamiento que para ese momento efectúan con más fuerza las escrituras de las mujeres, entre ellas la de Soledad Acosta de Samper, de los ámbitos, temas y formas propias de lo privado a posicionamientos de carácter intelectual a todas luces vinculados a lo público. Vale decir que, en este caso, tal reacción se acentúa dado el conflicto de carácter regionalista que también la anima y sirve de fondo.  

Esta indagación busca, finalmente, comprender las condiciones en las que tal reacción opera; condiciones de carácter sociocultural que están relacionadas con las funciones que las instituciones religiosa y política atribuyen a la mujer en la época y, más específicamente, con las funciones que las mismas instituciones determinaban para las escrituras de las mujeres.         

La Miscelánea, una revista “al amparo de las madres de familia” 

Un propósito fundamental anima la empresa de Juan José Molina en 1886, para la publicación de La Miscelánea: que esta sea “una revista que sirva a los hogares antioqueños para recreo y para enseñanza y que pueda ponerse al amparo de las madres de familia” (Molina, 1886: 1). Tal intención es común a muchos proyectos editoriales durante el siglo XIX en Hispanoamérica; las publicaciones periódicas cumplieron una función determinante en los procesos de configuración de las naciones, al tiempo que se consolidaron como la herramienta más propicia para la difusión de ideas. La posición en la que aparece la mujer en el prospecto de la revista de Molina, es decir, la de la madre de familia que consume de manera pasiva los contenidos de la publicación, no dista mucho de la que le otorga al público femenino la mayoría de publicaciones periódicas en ese siglo1.  

En La Miscelánea, particularmente, las mujeres no desempeñaron un papel activo; durante sus casi tres décadas de emisiones intermitentes, el bello sexo aparece como público que consume la revista, como destinatario de algunos textos (poemas, cartas, obituarios) y, muy pocas veces, como colaborador. Las contribuciones de mujeres para la revista corresponden, generalmente, a poemas; no obstante, algunos nombres de autoras ya consagradas para ese momento aparecen en traducciones, artículos de crítica y estudios, como ocurre con Emilia Pardo Bazán. Otros nombres de mujeres de aparición esporádica en la publicación son: Gertrudiz Gómez de Avellaneda, Blanca de los Ríos, Soledad Acosta de Samper, Adela Vásquez y Agripina Montes del Valle, entre otras. 

Los directores de la revista durante las épocas siguientes, Juan A. Zuleta y Carlos Molina, si bien introdujeron transformaciones en los contenidos de la publicación, mantuvieron firme su propósito de contribuir a lo que denominaron el “progreso de la literatura” y al de la sociedad; en esta segunda función, sobre todo, la mujer desempeñaba un papel relevante como transmisora de valores e ideales. De ahí las múltiples estrategias que empleó La Miscelánea para entretener y educar al bello sexo, desde las reflexiones y consejos explícitos sobre sus deberes en la formación de la República hasta las lecciones sobre moral que se impartían a partir de la lectura de casos históricos o ficcionales en los que la mujer era protagonista. La misma poesía que aparecía en las páginas de la revista, y que tenía como tema a la mujer, da cuenta de unos ideales particulares en los que esta se asocia al sentimentalismo, la pureza, la intimidad y hasta la santidad. No se trata de otra cosa sino de la perpetuación del ideal de mujer como ángel o guardiana del hogar, tal cual se instauró desde los proyectos de configuración de las naciones en Hispanoamérica. Remedios Mataix (2003) sintetiza en qué consistía este ideal: 

La mujer debía ser la guardiana del hogar, santuario básico de la sociedad criolla deseada: blanca en lo racial, moderna en lo ideológico, anti tradicional –en el sentido de superación de lo colonial– y burguesa en lo social. Por la educación la mujer se integraba en la vida nacional, pero a la vez, como sintetizó en un eterno dicho la peruana Carolina Freyre, su papel social era el de <Ángel del hogar>, guardiana de lo privado burgués donde el hombre encontraría el remanso de su lucha en el terreno de lo público (17-18) 

Tal adscripción de la mujer a los ámbitos de la vida privada y doméstica implicaba, al mismo tiempo, restricciones que afectaban las orientaciones y funciones de la producción escrita femenina. El hecho de que en los escritos de mujeres para La Miscelánea predominen los poemas, cartas y pequeños relatos adquiere mayor sentido en la medida que se vincula a una actitud de época según la cual la producción literaria femenina debía estar reservada a ciertos ámbitos, formas y temas. Para ilustrar esta idea, vale la pena retomar el caso de la escritura autobiográfica en Soledad Acosta de Samper, estudiado por Carolina Alzate (2006): la investigadora plantea que las autobiografías de hombres son abundantes a lo largo del siglo XIX en Colombia e Hispanoamérica; a todas ellas es común la expresión de un yo exaltado y protagonista que, difícilmente, podría ocupar una identidad femenina con las características que predominaban en el siglo XIX: “Como sabemos, la descripción genérica que se hacía entonces de las mujeres hacía muy difícil que ellas pudieran constituirse en sujetos autobiográficos: la escritura de este tipo de textos niega, entre otros rasgos, la condición de abnegación (auto-negación) fundamental del sujeto femenino decimonónico” (33). Así las cosas, la distancia que separaba a la mujer de la vida pública era igual o mayor a la que la separaba de la escritura de opinión, crítica, política o ciencia; la transgresión a ese límite ideológico, es decir, la incursión de la mujer en ámbitos de la vida y la escritura pública dará origen a reacciones que, finalmente, evidencian las dinámicas de una transformación. 

“Las Memorias de Dª. Soledad Acosta de Samper” 




El 1 de septiembre de 1894 se publica en La Miscelánea. Revista literaria y científica un artículo que lleva por título “Las Memorias de Dª. Soledad Acosta de Samper”. El texto, que no aparece firmado en un primer momento, se tribuye luego al escritor antioqueño Lucrecio Vélez Barrientos (1850-1925) quien en distintas ocasiones firma sus contribuciones para La Miscelánea con el seudónimo de Gaspar Chaverra2. Artículos publicados posteriormente como producto de la polémica que se origina con tales Memorias permiten constatar que el texto de Vélez Barrientos hace parte de las reacciones de un grupo de hombres de la élite antioqueña a una serie de críticas que aparecen en el escrito de Soledad Acosta de Samper; críticas relacionadas con las costumbres de los antioqueños y, más concretamente, con la situación de la mujer antioqueña de la época. No obstante, más allá de la reacción al desprestigio de los antioqueños que aparece en las Memorias de Acosta de Samper, esos artículos, todos escritos por hombres, proporcionan un balance significativo de la recepción que tiene entre la élite letrada masculina la escritura de orientaciones y funciones públicas de una mujer. 

Tal vez no sea el de Vélez Barrientos un artículo trascendental para la historia de las letras en Colombia; no obstante, de él y de la situación de su escritura emerge un testimonio de la manera como se piensa la mujer en las publicaciones periódicas de carácter cultural hacia el final del siglo XIX en Colombia: la mujer vista desde el ideario masculino de la élite intelectual antioqueña y la mujer vista desde el ideario particular, crítico, de Soledad Acosta de Samper, expresado no tanto en sus novelas y relatos como en sus artículos y ensayos. Por otra parte –y tal vez esto revista una mayor importancia– las reacciones a las Memorias de Acosta de Samper pueden entenderse como consecuencia de la incursión de una mujer en un tipo de escritura, por ese entonces reservada a los hombres de letras. 

El “cuaderno” escrito por Acosta de Samper lleva por título Memorias presentadas en Congresos internacionales que se reunieron en España durante las fiestas del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América en 1892, por Soledad Acosta de Samper, delegada Oficial de Colombia, Miembro de la Academia de la Historia de Caracas &c. &c. Según la descripción que de él hace Vélez Barrientos en su artículo, se trata de un estudio en el que se abordan distintos objetos:  

El estudio en cuestión contiene un estudio sobre los aborígenes de Colombia, dividido en un preámbulo y ocho capítulos; una memoria sobre el establecimiento de los hebreos en el Departamento de Antioquia, también con su preámbulo y sus dos capítulos, o partes como la señora dice. Al fin están la “Aptitud de la mujer para…. ejercer todas las profesiones”, todas, todas y “El periodismo en Hispano-América (Vélez, 1894: 32)3 

Vale destacar que estos temas y problemas no corresponden a los de la escritura privada que las ideologías de la época habían reservado para la mujer. En este caso, Acosta de Samper se aleja de los relatos, novelas y biografías para abordar asuntos (y formas de escritura) que se asumían como destinados a los hombres. De hecho, el artículo de Vélez Barrientos inicia cuestionando el hecho de que haya sido una mujer la convocada a representar a Colombia en la conmemoración del IV Centenario del Descubrimiento de América en España; en otras palabras, el articulista reacciona contra la idea de que sea una mujer la que desempeñe funciones intelectuales, comprendidas éstas en ámbitos que pertenecen a la esfera pública, de la participación política y la opinión, y no a la sola intimidad del hogar:  

Si era menester, y ya se ve que sí lo era, que alguien nos representara en España en las fiestas del descubrimiento de América ¿por qué echó mano de una mujer? ¿Era acaso esa mujer tan singular, eminente y discreta que pudiera con ventaja suplantar a todos los varones que tenemos en Europa? ¿O es que Colombia no tiene un par de pantalones que puedan representarla en una fiesta de Centenario? (31)  

La “intromisión” de Acosta de Samper en un ámbito de la escritura reservado a los varones, se perfila como la principal causa de la polémica a la que dan lugar sus Memorias. De hecho, para el momento en el que se da la polémica Acosta de Samper ya ha hecho carrera de escritora y es reconocida como tal, aunque en los marcos que se lo permitía la época. Refiriéndose a la labor de Soledad Acosta en la Biblioteca de Señoritas y El Comercio de Lima, Ana María Agudelo (2015) señala que hacia 1859 las corresponsalías de la escritora “consistían en notas sobre arte, literatura, cultura y moda europeas, cuestiones de las que se mantiene bien informada y que le ofrecen material para construir un modelo de mujer a partir del discurso sobre el comportamiento femenino, que contempla desde la forma de usar el sombrero hasta las lecturas adecuadas” (152). Esos serían los horizontes del común de las escrituras femeninas en buena parte del siglo XIX. No obstante, como se ha propuesto en el estudio de Carolina Alzate (2006), la reflexión crítica sobre la mujer y su situación en la sociedad decimonónica está presente en el diario íntimo de Acosta de Samper, aunque se trate ésta de una escritura privada que madurará, si se quiere, en obras como La mujer en sociedad moderna de 1895. En todo caso, siguiendo la línea de Remedios Mataix (2003), con las Memorias presentadas en congresos internacionales… Acosta de Samper se aleja del ideal de mujer como ángel del hogar y de la mujer escritora de asuntos sentimentales, y asume funciones intelectuales que en ese momento estaban restringidas a los hombres de letras. 

Podría contraponerse esta actitud, expresada en la escritura, a la que la misma Acosta de Samper describe en su introducción a los ensayos psicológicos reunidos bajo el título de El corazón de la mujer (1887), donde pueden encontrarse afirmaciones como las siguientes: “La mujer de espíritu poético se penetra demasiado de lo ideal, y cuando llega a formarse un culto del sentimiento, sobreviene la realidad que la desalienta y aniquila moralmente […] El corazón de la mujer se compone en gran parte de candor, poesía, idealismo de sentimientos y resignación” (En línea). Desde esta perspectiva, la mujer se suscribe a un entorno íntimo, de la vida privada; la comparación con los posicionamientos que se perfilan en las Memorias cuestionadas por Vélez Barrientos o en su posterior obra de 1895, La mujer en la sociedad moderna, evidencian las transformaciones que operan en el pensamiento de la autora respecto de un mismo tema.  

Ahora bien, si el artículo de Vélez Barrientos responde a los juicios que Acosta de Samper hace respecto de la situación algo primitiva de la mujer antioqueña (y de la sociedad antioqueña) en el período final del siglo XIX, la reiteración del articulista sobre el espacio que supuestamente está violentando la autora con su escritura, deja clara su oposición a que la mujer escriba sobre asuntos de carácter público. Para Vélez Barrientos, Acosta de Samper se empeña en “ensuciar” la raza antioqueña en sus Memorias. Ante las críticas que aparecen en el texto de Acosta sobre la mujer antioqueña, el autor del texto responde reafirmando un ideal de mujer profundamente anclado en ideales católicos y conservadores: “Sí creo que a lo recogido de nuestras costumbres se debe en gran parte el recato y honestidad de nuestra mujeres” (Vélez, 1894: 35). Es decir, el articulista crea una especie de tipo de mujer ideal que se contrapone a la perspectiva de la mujer moderna representada por Acosta. 

“Carta abierta” 

De tono menos exaltado, aunque igualmente molesto, es la “Carta abierta” que La Miscelánea publica en el número 2 de Octubre de 1894. Si el artículo de Vélez Barrientos cuestionó el hecho de que una mujer incursionara en asuntos de la escritura pública, esta vez el acento de la crítica estará puesto en la supuesta falta de rigor que caracteriza el estudio de Acosta de Samper. La carta es del escritor antioqueño Eduardo Zuleta (1860-1937), aunque aparece firmada con el seudónimo de José Ignacio Pérez. Zuleta se duele, igualmente, de las valoraciones sobre los antioqueños que aparecen en el estudio de Acosta de Samper y declara su carta como una defensa de la tierra antioqueña “tan injustamente juzgada” (Zuleta, 1894: 74). De nuevo, vale precisar, al conflicto con la figura pública y la escritura de Acosta de Samper se suman las tensiones de carácter regional que persisten en la organización política de Colombia a finales del siglo XIX.       

Un juicio en especial provoca la reacción de Eduardo Zuleta hacia el estudio de Acosta de Samper: aquel según el cual los antioqueños carecen de sentimiento estético4. El escritor emprende una exposición de nombres y obras de artistas antioqueños para combatir tal juicio, no sin antes cuestionar la solidez de las fuentes y conclusiones a las que llega Acosta en las Memorias presentadas en congresos internacionales…: “[…] en el caso presente no se ha atenido sino a conversaciones frívolas y a artículos de periódico sin autoridad alguna” (Zuleta, 1894: 74).  El texto y las fuentes a las que alude Acosta se toman por poco serias: “no agrega ninguna seriedad al debate” (75), dice el autor, refiriéndose a las consideraciones de Acosta sobre el supuesto origen judío de los antioqueños: “Creo que con resumir lo que Ud. dice, basta para comprender que hay en la señora Soledad mucha imaginación y que este estudio en nada desdice de la fama de la autora de los Episodios novelescos de la Historia Patria” (76). Así mismo, se recriminan las, al modo de ver del escritor, constituyen imprecisiones en el texto de Acosta: “O es que ha olvidado Ud. la Geografía de Colombia en tan poco tiempo de ausencia?” (76) 

De fondo, puede plantearse, las críticas a la precisión y al rigor del estudio contenido en las Memorias se comprende como un rechazo a la incursión de la mujer en el discurso científico, proceso que tiene antecedentes importantes hacia mediados del siglo XIX en Hispanoamérica, según lo propone Vanessa Landrus (2011) en su estudio sobre la educación científica de la mujer en la prensa argentina. Zuleta se concentra, sobre todo, en las inconsistencias de carácter histórico y geográfico del trabajo de Acosta de Samper, así como en la debilidad de su método; de ahí lo siguiente:   

Está Ud. muy mal informada, mi señora, y sus conclusiones no pueden ser más superficiales. Convenga Ud. conmigo en que un historiador, y sobre todo historiador oficial, debe tomar más seguras fuentes de información de la que Ud. ha tomado, y estudiar la tierra que ha querido describir un poco más atentamente y de visu, con mayor seriedad, con más imparcialidad y no dejarse llevar de cierto sentimiento que nada tiene de estético ni de justo (Zuleta, 1894: 77). 

Mala información, falta de seriedad, poco rigor, todo parece contraponerse a la imagen de Soledad Acosta de Samper, a la de su exquisita formación en lenguas, historia y literatura. No tanto su narrativa y sus notas sobre moda y literatura sino esta escritura de temas científicos es sometida a la crítica de los hombres de letras que, aunque liberales en unos asuntos, se muestran conservadores ultramontanos en otros. De esta manera, si bien se acepta que una mujer escriba, en intolerable que lo haga sobre asuntos que sólo convocan a la inteligencia masculina. Vale decir que este tipo de contradicciones cuando se piensa el papel de la mujer en la sociedad es común en los idearios políticos decimonónicos, tanto liberales como conservadores; es lo que constata Gilberto Loaiza Cano (2011) al estudiar las formas de sociabilidad en la segunda mitad del siglo XIX en Colombia: “Para ser precisos, habría que decir que en Colombia los ideólogos liberales fueron los principales opositores de la figuración política de la mujer y que fue a su pesar como esta ocupó un lugar preeminente en los asuntos públicos” (335). Con la escritura y posterior publicación de las Memorias presentadas en congresos internacionales… lo que está en juego es la entrada de la mujer en las redes de poder, en los asuntos públicos. Además de los temas científicos (principalmente de historia, geografía y economía para la época), los de política constituyen un terreno de diferenciación intelectual que escrituras como la de Acosta de Samper comienzan a cruzar.   

“Carta. A la Sra. D. Soledad A. de Samper, Delegado Oficial, Miembro de la Academia de Historia &c.” 

“Mientras que vive en pertinaz desvío – / el alma herida de profunda anemia– / revolviéndose siempre en el vacío / la mujer infeliz de la Academia” (158). Con estos versos culmina la carta escrita en endecasílabos, publicada en la entrega 4 de La Miscelánea, en 1894. La carta es firmada con el extraño seudónimo W. LL. DE CH, aunque luego se precisa que su autoría corresponde al reconocido político y escritor antioqueño Carlos E. Restrepo (1867-1937). Se trata de un texto especial en tanto Restrepo construye un sujeto enunciador femenino colectivo que expresa sus inconformidades con el contenido de las Memorias de Acosta de Samper. Para este “Nosotras” inventado por Restrepo la principal crítica al estudio de Acosta radica en sus consideraciones injustas sobre los valores de los antioqueños. No obstante, como sucede en los artículos de Vélez Barrientos y Zuleta, el texto de Restrepo se posiciona desde un lugar reprueba las tareas intelectuales de carácter público en una mujer; esto a pesar del recurrir a un enunciador femenino. 

La carta en versos endecasílabos abre con un epígrafe del humanista español Juan Luis Vives (1493-1540)5 que bien podría justificar la supuesta injusticia de la crítica que hace Soledad Acosta en sus Memorias presentadas en congresos internacionales… a la realidad de la mujer antioqueña de finales del siglo XIX: “Mas la mujer no ha de tener muchos cuidados; solo una cosa le han encargado, que es la castidad: aquella ha de guardar y defender” (151). En este texto, tal vez más que los anteriores, se hace evidente una oposición entre dos ideales de mujer: la guardiana del hogar, sensible, trabajadora y pura –a la que se adhiere la élite letrada masculina antioqueña que escribe los textos de reacción que se analizan en el presente estudio–, y la mujer de letras que incursiona en ámbitos de la esfera social pública como los congresos, los espacios de sociabilidad política y las academias. No en vano la burla de Restrepo refiriéndose al trabajo intelectual de Acosta de Samper: “[…] toda la risible chapadanza / en que quiere meterse de soldado / la tímida mujer, de periodista, / de médico, político, abogado, / Mandatario oficial, de congresista, / de miembro de Academias de la historia, / de sabio, de filósofo y artista.” (151).      

Aunque responde a cada una de las consideraciones “injustas” de Acosta en su estudio (el origen judío de los antioqueños, su desmedido interés por el trabajo y los bienes materiales, el carácter abnegado de sus mujeres y la falta de sentido artístico), Restrepo reitera la imprudencia que para el momento representa la incursión de una mujer en las actividades que desempeña Soledad Acosta; de hecho, el acento jocoso de su texto deja claro que para él no se trata de un asunto serio. En ese sentido, la carta versificada abunda en juegos con el género de las palabras para designar los nuevos oficios de la escritora: “Vos que sois de varones Delegado” (155) o “señora Delegado ante el Congreso” (157) [En cursivas en el original]. En este caso, el terreno intelectual no es un espacio en el que la mujer pueda desempeñar funciones y, cuando lo hace, a juzgar por la posición de Restrepo, éstas serán sancionadas incluso desde tendencias ideológicas liberales como la suya; los siguientes versos ilustran los términos en los que se presenta tal sanción: “Mas pongamos los términos bien claros; / si tenéis por Artistas las mujeres que no tienen melindres ni reparos / En dejar sus domésticos quehaceres, / que pliegos sobre pliegos emborronen / metiendo insulsos pareceres (157).   

La apropiación de un espacio discursivo hasta el momento reservado a la intelectualidad masculina trae consigo la sospecha ante la inminente desestabilización de un orden. La respuesta de Carlos E. Restrepo debe comprenderse más allá del hecho de sentirse aludido por los juicios de Acosta sobre la sociedad antioqueña; el fondo, el escritor antioqueño advierte –como los otros dos articulistas citados para exponer este caso– que un cambio está operando en el cimiento mismo de su sociedad, y que éste tiene lugar precisamente a partir de tareas intelectuales como las que desempeña Acosta.   

El ámbito público de la escritura y la función intelectual en Soledad Acosta de Samper 

En su trabajo de 1989 sobre la educación de la mujer y la literatura argentina en el siglo XIX, Francine Masiello plantea que “El acceso a la educación –y al pensamiento científico en particular– era el primer paso de las mujeres en la arena pública” (1989: 282). El primer paso significa, como se concluye de las recepciones y reacciones a las Memorias presentadas en congresos internacionales…de Soledad Acosta de Samper, el inicio de un desplazamiento de la mujer y su escritura hacia la esfera púbica que implica transformaciones relevantes respecto de las funciones que desempeña en la sociedad. 

Tras estas escrituras más alejadas de la construcción ficcional y de la intención lírica –más alejadas del espacio íntimo, en todo caso– y más cercanas al estudio científico, a la crítica seria y al ensayo, deben pensarse las nuevas situaciones a las que se enfrentan autoras como Soledad Acosta de Samper que, entre otras cosas, para 1894 es viuda. Entre esas nuevas situaciones deben tenerse en cuenta los vínculos institucionales que alcanza la autora como Delegada Oficial de Colombia y como Miembro de la Academia de Historia de Caracas. Estas posiciones no son comunes a todas las mujeres escritoras de la época y, definitivamente, inciden en la configuración de su escritura pública. Más allá del resentimiento regional, las reacciones de la élite letrada antioqueña que se han ilustrado en este estudio se comprenden como una oposición a las nuevas prácticas de la vida intelectual en las que incursiona una mujer. Prácticas, vale reiterar, respaldadas institucionalmente.         

El hecho de que se haya nombrado a Acosta de Samper como Delegada Oficial del Gobierno de Colombia en España da cuenta de que otra imagen respecto de la mujer escritora comenzaba a operar en la mentalidad del siglo XIX colombiano; una imagen en la que la mujer podía desempeñar funciones intelectuales. En este sentido, cabe destacar que la participación de la escritora colombiana tuvo, también, una recepción positiva, incluso en el ámbito europeo: “en ocasiones fue la única mujer, alternando con Emilia Pardo Bazán, en presentar trabajos literarios e históricos junto a los más insignes estudiosos y pensadores de la lengua española” (Samper Trainer, 1995: 144). Entre esas personalidades estuvo Marcelino Menéndez y Pelayo quien elogió la participación de Doña Soledad. 

No obstante, la reacción de los escritores antioqueños tuvo un carácter institucional, como se concluye de las palabras de Carlos A. Molina donde da cuenta de la convocatoria que hizo a un grupo de autores de la región para responder al estudio de Acosta:  

Sentíamos verdadera pena y vergüenza que en Antioquia se hubieran dejado pasar con tanta indiferencia los conceptos de Dª. Soledad. Por eso nuestro primer cuidado al emprender esta publicación, fue el de solicitar se escribieran los artículos publicados en el número pasado y en este. La Miscelánea se siente honrada y ufana en acogerlos, y cree que todos los antioqueños amantes del terruño, le agradecerán haya entrado por la senda de las reparaciones (1894: 80).  

La recepción de las Memorias no se entiende, pues, como un conjunto de reacciones individuales sino como una posición de carácter institucional no a un escrito y su contenido sino a una escritura y a la situación cultural que la rodea. La de Soledad Acosta de Samper hacia 1894 no es la situación de la llamada “marisabidilla”6, de la mujer que escribe; tampoco es la de la escritora que cuestiona su participación en la  construcción de la nación como madre. A pesar de que así la valoren los letrados antioqueños, en la recepción negativa de las Memorias se evidencia precisamente una reacción que se ve en la necesidad de institucionalizarse para combatir la posición de una mujer que para ese entonces ya desempeñaba funciones intelectuales.  


Referencias 

Acosta de Samper, Soledad, s.f, El corazón de la mujer (Ensayos psicológicos), recuperado en: http://www.biblioteca.org.ar/libros/131014.pdf 

Agudelo, Ana María, 2015, Devenir escritora. Emergencia y formación de dos narradoras colombianas en el siglo XIX (1840-1870), Lima, Centro de Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar. 

Alzate, Carolina, 2006, “El diario epistolar de dos amantes del siglo XIX. Soledad Acosta y José María Samper”, en: Revista de Estudios Sociales, N°24, Agosto, pp. 33-37. 

Masiello, Francine, 1989, “Ángeles en el hogar argentino. El debate femenino sobre la vida doméstica, la educación y la literatura en el siglo XIX”, en: Anuario IEHS, IV, pp. 265-291. 

Mataix, Remedios, 2003, “La escritura (casi) invisible. Narradoras hispanoamericanas del siglo XIX”, en: Anales de Literatura Española, Universidad de Alicante, N°16, Serie monográfica, N°6. 

Molina, Juan José, 1886, “Prospecto”, en: La Miscelánea, N°1, p. 1.  

Molina, Carlos A., 1894, “A granel”, en: La Miscelánea. Revista literaria y científica, N°2, Octubre, p. 80.  

Landrus, Vanessa, 2011, “Mujeres al mando de la imprenta: la educación científica de la mujer en la prensa femenina argentina del siglo XIX”, en: Revista Iberoamericana, Vol. LXXVII, N°236-237, pp.717-730. 

Loaiza Cano, Gilberto, 2011, “El catolicismo confrontado: las sociabilidades masonas, protestantes y espiritistas en la segunda mitad del siglo XIX”, en: Jaime Borja Gómez y Pablo Rodríguez Jímenez (Dir.), Historia de la vida privada en Colombia. Tomo I. Las fronteras difusas del siglo XVI a 1880, Bogotá, Taurus, pp. 329-353. 

Restrepo, Carlos E., 1894, “Carta. A la Sra. D. Soledad A. de Samper, Delegado Oficial, Miembro de la Academia de Historia &c.”, en: La Miscelánea. Revista literaria y científica, N°4, pp. 151-158.    

Samper Trainer, Santiago, 1995, “Soledad Acosta de Samper: el eco de un grito”, en: Mágdala Velásquez y Catalina Reyes, Las mujeres en la historia de Colombia, Tomo I, pp. 132-155.  

Vélez Barrientos, Lucrecio, 1894, “Las memorias de D. Soledad Acosta de Samper”, en: La Miscelánea. Revista literaria y científica, N°1, Septiembre, pp. 31-36. 

Zuleta, Eduardo, 1894, “Carta abierta”, en: La Miscelánea. Revista literaria y científica, N°2, pp. 74- 80.  

Comentarios

  1. Muy interesante tu texto. Me quedo con varias cosas, pero solo voy a señalar tres de ellas. La primera, es esa intención y esa tendencia manifiesta del hombre por propender al anquilosamiento de la mujer en un espacio que ellas bien supieron ganarse —porque no es que el hombre les haya regalado esa posibilidad como querían o quieren aún hacerles creer—. Me refiero a ese lugar de la escritura de corte sentimental, relacionado siempre o casi siempre con las novelas, cuentos y diarios, si se quiere, dada su capacidad de manifestar sus emociones y de percibir con otras tonalidades lo íntimo. Ahora que lo pienso, me quedo con la duda de cuál podría ser esa diferencia de fondo entre un diario y una memoria, por qué uno está más relacionado con la mujer y el otro con el hombre…, yo de momento no lo tengo claro para ese y otros periodos, pero algo debe haber ahí y por ahí. En este sentido, es curioso como el hombre quiso mantenerlas en ese lugar que ellas se ganaron, volviéndoselos una camisa de fuerza o quizá un rincón del que no pudieran moverse, con la esperanza de que no fueran a salir de allí. La segunda, me permite pensar que ellas, mujeres como doña Soledad o Pardo Bazán, empleaban a su favor el sentimentalismo para profundizar en muchas de las reflexiones que algunos o muchos de los hombres no era capaces de llevar más allá, puesto que estaban atrapados en la idea de la razón que imperaba en la época y, que por ende, les impedía ver la capacidad que ellas ofrecían para ampliar el abanico de posibilidades, cuando de reflexionar sobre el ser humano y todo lo que le concierne a este, sea historia, política, religión, economía o en el resto de las disciplinas científicas, se trata. Aunque, quizá, más que incapacidad de ver lo mucho que ellas podían ofrecer, esa renuencia puede encontrar explicación en una suerte de miedo instintivo del hombre hacia el potencial que intuía podía desplegar la mujer en todas las esferas de la vida del ser humano. En la tercera, resalto la importancia de acudir al archivo y las fuentes directas en este tipo de ejercicios, donde por lo general se señalan esos lugares como una obviedad, lo que lleva a que en ocasiones se le reste importancia a la manera en que limitaban a las mujeres, puesto que dejan de señalar o particularizar el modus operandi de quienes habían detrás de ese limitar a las mujeres. De hecho, ese hacerlo de manera solapada a través de seudónimos y ese recurrir a la ridiculización que mostrás en tu escrito a través de ejemplo particulares que señalan de una u otra manera la participación y la obra de doña Soledad, dice mucho de lo que era o somos como sociedad.

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    1. Es un honor contar con un comentario tuyo en este blog. Gracias por tomarte el tiempo de leer y escribir tan juiciosa apreciación. Un abrazo. Nos debemos el café.

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Una mujer de casi ochenta años estuvo de pie, al lado mío, durante las casi dos horas que duró el paso del desfile en la tarde de ayer. La acompañaba su nieta, de unos treinta, y un nieto, de máximo seis. Presencié el desfile al lado de tres generaciones. Quiero decir que lo más bello del desfile transcurre entre los cientos de personas que se asoman a la calle, a la esquina, a los balcones, a las puertas y ventanas para ver lo que vemos cada año, aunque con la expectativa de la primera vez. Hay quienes todavía se asustan con las máscaras y gritos de los personajes disfrazados, también están los que critican (como yo), los que se conmueven y evocan (también como yo) otros desfiles de otros tiempos, y quienes a pesar de los cambios inevitables creemos que en el desfile anual de mitos y leyendas del pueblo está nuestra historia, nuestra memoria, nuestros malestares y contradicciones, en fin, lo que hemos sido, lo que somos y lo que queremos ser.    Mientras veía pasar pancartas, carrozas

El fin del mundo debe ser el olvido

El fin del mundo debe ser el olvido. Los fines del mundo, que son muchos, no se mencionan en la gran prensa ni aparecen en los noticieros; se encubren todo el tiempo como una impureza en la piel y sucumben a esa naturalización del horror.   Me sucede por estos días que paro una lectura para iniciar otra, generalmente del mismo autor. Interrumpí Zona de obras para leer Los suicidas del fin del mundo , escrito por la portentosa Leila Guerriero al comienzo de este siglo XXI –portentosa es un adjetivo que aprendí de ella precisamente– y publicado en 2005.   Si no la hubiera escrito Guerriero esta sería la historia de una ola de suicidios que ocurrió en Las Heras, sur de Argentina, a finales de la década de 1990 y comienzos de los 2000. Pero como lo ha escrito ella, este libro es eso y muchas otras historias, eso y muchas otras perspectivas, eso y la historia de un pueblo, eso y la vida de los homosexuales en una comunidad aferrada a valores conservadores, eso y los efectos de la explotac

El profesor Jairo Ramírez Rico

La tarea consistía en escribir nuestra propia versión de la Divina comedia , luego de haber leído algunos cantos de la obra de Dante; una tarea más para los estudiantes de décimo, una oportunidad para un muchacho de quince años como yo en ese entonces, con una familia desmoronándose, con todas las dudas posibles sobre su sexualidad y con un deseo incomprensible de no querer estar más en el lugar que estaba. Mi tarea, como era de esperarse, se concentró en el infierno (recuerden que en la obra Dante pasa por el infierno, el purgatorio y el cielo); allí, en una clave que el profesor leyó a la perfección, pude poner toda la desazón y la incertidumbre que embargaba mi corazón adolescente y dramático. No recuerdo más de ese ejercicio, solo que tuvo mucho éxito y que, incluso, hubo dos compañeros que me pagaron para que escribiera sus propios infiernos. Hay quienes están dispuestos a pagar por eso y hay quienes queremos que nos paguen por hacerlo, lo aprendí muy temprano.  Jairo, el profesor