Existe una categoría de héroe novelesco que se forma, se construye, se forja a lo largo de la historia; y esa formación tiene, generalmente, un fin edificante, aunque para llegar a él haya sido necesario pasar la experiencia del crimen, el hambre, la traición, tal vez la muerte física o metafórica. Pero si hay un héroe que va en ascenso a la purificación, a la ejemplaridad y la redención, existe otro que va al abismo, su proceso de formación se torna, más bien, en una deformación moral y ética, en deshumanización.
Ese es el caso de el héroe de El matarife, novela de Sándor Márai escrita en 1924, aunque traducida y publicada en español casi un siglo después, en 2022. Quizá los desafortunados eventos que rodean la concepción, nacimiento y crianza de Otto Schwartz sean el presagio de una vida y una personalidad forjada sobre principios de crueldad y fanatismo, y destinada a ellos. En eso Márai puede ser muy decimonónico aún: el contexto en el que nace Otto es lo suficientemente fuerte y condicionante como para no permitirle ser de otra manera; no hay segunda oportunidad para él. Como el héroe épico, aunque con dioses distintos, este es un héroe para el que no existe otra verdad que la del líder político, todas las respuestas están en él; no existe una posibilidad distinta de encontrar sentido a la existencia que no sea la guerra y la muerte; la mayor realización está en seguir la voluntad de un líder que, como una imagen religiosa, se representa en láminas y se le intuye lejano en el espacio y en el tiempo. La vida toda de Otto se encuentra cifrada en un líder y un movimiento que tienden hacia el totalitarismo, luego de la Primera Guerra Mundial, en el periodo entre las dos grandes Guerras.
Casi todas las novelas del autor húngaro que hemos conocido hasta ahora tienen como contexto la Segunda Guerra Mundial. En El Matarife, que se considera una novela temprana, Márai parece prefigurar el que va a ser el problema de Europa en los años siguientes, y el que llevaría al holocausto, a los destierros, a las invasiones, a la caída de Budapest. Es posible que, por esto, la novela nos parezca tan directa, tan transparente en su mensaje, tan hiperbólica en su deformación del héroe, tan inhumana como inhumana fue la guerra que expulsó a Márai de su país para siempre.
Sí creo que esta es una novela muy distinta a las posteriores. El Matarife carece de toda la preparación del encuentro decisivo, de los detalles tan delicados, de las descripciones a las que el autor nos acostumbrará en sus obras de las décadas de 1930 y 1940; tampoco hay una gran construcción de la psicología de los personajes, contrario a ello, Otto, su padre y su abuelo se tornan planos, monológicos y monótonos, sin la rica ambivalencia de una Marika (La mujer justa) o un Kristóf (Divorcio en Buda); no hay reflexiones que nos conmuevan, aunque sí escenas que sobrecogen por su crudeza, porque las acciones pretenden llevarse el protagonismo y serán lo decisivo en ese camino al vacío de la crueldad que emprende el personaje central desde su nacimiento.
Finalmente, creo que El Matarife se centra tanto en la figura de Otto que la agota fácilmente y quizás la trivialice, la convierte en un lugar común, la tiranía típicamente representada; a pesar de su fuerza física y su irracionalidad, este no es un personaje con la profundidad de Kónrad, de El último encuentro, incluso, es más interesante la aparentemente ingenua Eszter y recordaré con mucha más nitidez el cinismo de un Lajos (La herencia de Eszter). Sin embargo, hay que leer El Matarife y cómo allí está prefigurado mucho de lo que Márai llegó a pensar y a escribir sobre la guerra y el fin de la cultura, sobre la violencia y los límites de la humanidad. Y no deja de conmovernos el hecho de que esta haya sido una obra escrita por el joven Sándor.
Engolosina de tal manera su comentario, estimado profesor Leandro que, esquiva se torna cualquier posibilidad de evadir tal lectura: El Matarife. Gracias por este impecable ejercicio.
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