Nadie nada nunca (2014) [1994] es una novela llena de claves, de indicios, sobre la orientación de su construcción: “tan ancho como largo es el tiempo entero”. Le dije a alguien que, al leer esta novela, tenía la sensación de entrar en contacto, en principio, con una bruma densa; y que, a medida que iba entrando, esa espesura se iba aclarando por el mejor contacto con los detalles, con los distintos puntos de vista, con lo aparentemente accesorio, incluso con la digresión. Pienso que Juan José Saer logra que, en la experiencia con su texto – que es siempre azarosa, siempre desafiante e incierta – se acceda a su propia convención de lectura; a veces sin saberlo, el lector termina por pactar una participación en un proceso desconocido y, al mismo tiempo, comprometido con la construcción de un sentido. No miento si afirmo que se trata de una lectura muy significativa, precisamente por lo que exige al lector y a su subjetivad, hay que decirlo.
Una mujer de casi ochenta años estuvo de pie, al lado mío, durante las casi dos horas que duró el paso del desfile en la tarde de ayer. La acompañaba su nieta, de unos treinta, y un nieto, de máximo seis. Presencié el desfile al lado de tres generaciones. Quiero decir que lo más bello del desfile transcurre entre los cientos de personas que se asoman a la calle, a la esquina, a los balcones, a las puertas y ventanas para ver lo que vemos cada año, aunque con la expectativa de la primera vez. Hay quienes todavía se asustan con las máscaras y gritos de los personajes disfrazados, también están los que critican (como yo), los que se conmueven y evocan (también como yo) otros desfiles de otros tiempos, y quienes a pesar de los cambios inevitables creemos que en el desfile anual de mitos y leyendas del pueblo está nuestra historia, nuestra memoria, nuestros malestares y contradicciones, en fin, lo que hemos sido, lo que somos y lo que queremos ser. Mientras veía pasar pancartas,...
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