Nadie nada nunca (2014) [1994] es una novela llena de claves, de indicios, sobre la orientación de su construcción: “tan ancho como largo es el tiempo entero”. Le dije a alguien que, al leer esta novela, tenía la sensación de entrar en contacto, en principio, con una bruma densa; y que, a medida que iba entrando, esa espesura se iba aclarando por el mejor contacto con los detalles, con los distintos puntos de vista, con lo aparentemente accesorio, incluso con la digresión. Pienso que Juan José Saer logra que, en la experiencia con su texto – que es siempre azarosa, siempre desafiante e incierta – se acceda a su propia convención de lectura; a veces sin saberlo, el lector termina por pactar una participación en un proceso desconocido y, al mismo tiempo, comprometido con la construcción de un sentido. No miento si afirmo que se trata de una lectura muy significativa, precisamente por lo que exige al lector y a su subjetivad, hay que decirlo.
La tarea consistía en escribir nuestra propia versión de la Divina comedia , luego de haber leído algunos cantos de la obra de Dante; una tarea más para los estudiantes de décimo, una oportunidad para un muchacho de quince años como yo en ese entonces, con una familia desmoronándose, con todas las dudas posibles sobre su sexualidad y con un deseo incomprensible de no querer estar más en el lugar que estaba. Mi tarea, como era de esperarse, se concentró en el infierno (recuerden que en la obra Dante pasa por el infierno, el purgatorio y el cielo); allí, en una clave que el profesor leyó a la perfección, pude poner toda la desazón y la incertidumbre que embargaba mi corazón adolescente y dramático. No recuerdo más de ese ejercicio, solo que tuvo mucho éxito y que, incluso, hubo dos compañeros que me pagaron para que escribiera sus propios infiernos. Hay quienes están dispuestos a pagar por eso y hay quienes queremos que nos paguen por hacerlo, lo aprendí muy temprano. Jairo, el profesor
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