Mientras mi abuela moría, la casa se agrietaba y había que arreglarla a cada rato. Era como si se sincronizaran el deterioro de la casa vieja del pueblo y la vida de la mujer más querida por todos, sin mencionar los agrietamientos familiares que luego vendrían. De eso escribí en alguna libreta y precisamente esto fue lo que recordé cuando leí Estudio de las pérdidas, de Wilson Pérez Uribe.
La pérdida de la madre, su muerte, misma que para algunas culturas y tradiciones representa la máxima pérdida, es la puerta de entrada a una fina reflexión sobre todo aquello que abandonamos y nos abandona durante la vida; la angustia está en la aceptación de esa condición de la naturaleza y de la humanidad. Vivir es estar en constante pérdida de algo: el tiempo, la salud, la firmeza de los músculos, el verde de las plantas, la tersura de la piel, ceden a la pérdida segundo a segundo. Es una triste verdad, aunque bella.
Es una verdad bellamente tratada en el sentido que no se queda en la queja ni en la entronización del sufrimiento, tan común a veces en el contexto cultural católico antioqueño, tan propenso a producir mártires. Hay belleza en la comprensión y aceptación de esa pérdida que Wilson Pérez Uribe nos permite leer en la siembra, en la cosecha, en la sencillez de la vida en el campo, en la enunciación de la palabra, en la lectura y la escritura. Es conmovedor el relato biográfico al que inevitablemente acudimos, pero también lo es la claridad a la que vamos llegando a medida que avanzamos en la lectura.
Aunque no importe, sí vale decir algo sobre la forma de este texto: en tanto estudio, en el sentido literal y metafórico, el texto recuerda a una libreta de notas aparentemente inconexas, aparentemente dispersas; me surge la idea del componente íntimo del estudio. Cada fragmento pone al lector en contacto con formas breves distintas: a veces aforismo, a veces poesía, quizás un haiku, tal vez ensayo o relato breve. De la cuidadosa amalgama emerge un texto en el que conviven poesía, biografía, me atrevo a sugerir filosofía… me arriesgo a evocar esa orientación romántica del fragmento como forma que difumina todos los contornos genéricos.
Para terminar, considero válido decir que leí el Estudio en un momento en el que asimilo una pérdida y emprendo un nuevo comienzo. Esta situación que es personal —y es desde ahí donde uno lee— no es menos importante para dar una idea de lo que ha generado en mí la lectura de tan bella escritura.
Qué contención y a la vez qué poder de resonancia el que se aprecia en esta nueva entrega de tu "parroquia lectora". El tema del libro, de muy delicadas y sensibles formas, llegó a vos en un momento en el que podía darse una conversación sincera y honda. Una que resuena
ResponderEliminarMuy preciso lo de "delicadas y sensibles formas". Viene muy bien para nombrar lo que se percibe en esta lectura. Gracias por leer y contribuir a la discusión.
Eliminar"Vivir es estar en constante pérdida de algo" no distinguía ni el libro ni el autor, al leer este artículo se me hizo agua a la boca leerlo.
ResponderEliminarMuchas gracias por tomarte el tiempo de leer el blog. Siempre bienvenidos sus comentarios.
ResponderEliminarMagnífico, evoca esos momentos que trascienden en medio de vivencias, experiencias y recuerdos, no siempre tan gratos, pero sin duda alguna, con una gran carga emocional.
ResponderEliminarCristóbal, muchas gracias. Así es, creo que se trata de un libro que inevitablemente toca lo emocional, lo íntimo. A veces es necesario remover un poco allá adentro.
EliminarImperceptibles pasan las continuas rupturas. Simples, profundas, ligeras, abruptas... Y pasan. Unas anidan en recuerdos y otras como en alegrías. Me parece ver a Wilson sentado frente al grupo de compañeros, entregado a la lectura de sus primeros escritos. Gracias profesor Leandro por compartir.
ResponderEliminarWilson es un escritor. Gracias a usted por tomarse el tiempo de leer y comentar.
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