Conseguí esta novela en un mercado de libros en el centro de La Paz (Bolivia). Ese día me había dado a la tarea de averiguar sobre textos de literatura boliviana y de conocer algunos nombres y títulos asociados. Luego de mucha búsqueda y de hojear varios volúmenes, en su mayoría piratas, de autores que se promocionaban como los más conocidos, me llamó la atención un título, Potosí 1600, y una imagen en la carátula, misma que había visto unos días antes en una sala del Museo Nacional de Arte de Bolivia: La virgen del cerro, de autor anónimo, del año 1720.
Son por lo menos cuatro las historias desde las cuales Ramón Rocha Monroy, el autor, proporciona una imagen de Potosí, la ciudad que se había fijado en mi memoria desde esa versión tremendamente triste de nuestra historia que es Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano: un grupo de actores españoles se embarca a América y llega a Potosí; la primera familia de criollos potosinos se enfrenta a las disputas por la tierra y a los desafíos del amor entre dos jóvenes de orígenes diferentes; un bachiller español se adentra en la vida licenciosa de la villa imperial que se consideró el ombligo del mundo gracias a la riqueza que se extraía del Cerro Rico; y la ciudad de Potosí vive su esplendor y decadencia en un tiempo tan breve como el sueño.
Se trata de una novela que incorpora la crónica, la epístola, las formas de la poesía española del Siglo de Oro, el parlamento dramático, los mecanismos del carnaval y la parodia para crear una imagen de Potosí rica en perspectivas y voces. Sin pasar por alto la historia de explotación y muerte que rodea al tristemente célebre poblado boliviano, Rocha Monroy nos muestra la riqueza de Potosí expresada no solo en la abundancia argentífera sino en el extraordinario crisol de culturas en que se convirtió esa pequeña ciudad en el siglo que le da nombre a la novela.
Parte de esa riqueza está expresada en la comida, elemento que desempeña un papel muy relevante en esta historia pues sus alusiones son al mismo tiempo documento antropológico y articulación de la trama; la novela convierte en poesía recetas y descripciones de platos de la más tradicional cocina andina, específicamente boliviana. También el lenguaje hace parte de esta especie de inventario de la efímera fortuna con que Potosí conquistó al mundo; palabras provenientes del quechua, el aymara, el español y el portugués, y simbologías católicas e indígenas, todo eso convive en un ambiente tan vivo y, por momentos, confuso como lo tuvo que haber sido la ciudad tal vez más poblada del periodo Colonial.
La incursión de los actores en la trama de la novela constituye, quizá, el elemento más complejo. Con estos personajes disfrazados de santos y con la personificación del cerro como El Viejo y la muerte como La Ñatita, Rocha Monroy elabora con ironía la mentalidad religiosa del siglo XVII latinoamericano; ríe y, al mismo tiempo, lamenta la fragilidad del sustento del saqueo. Por otra parte, está el cerro como personaje que se jacta de pagar los pecados de quienes lo rodean, pagar con lo que se produce en sus entrañas; el cerro es un viejo que se revuelca con la inmundicia y el pecado de la villa, al tiempo que se codea con los más insignes personajes. El Viejo que es el cerro es el gran personaje de la novela; en él se condensan la crítica, la comedia, la tragedia de la villa potosina, lo edificante (si es que lo hubo) y lo degradante de uno de los episodios más cruentos de la Colonia en América.
Nota: la novela es un homenaje a Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela, una figura desconocida para nosotros pero tan interesante e importante para la historia de las letras en América...
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