De un tiempo para acá me interesan los discursos que desacralizan la lectura en general y la lectura literaria en particular. Todo lo que se esmere en poner barreras para el acceso a la lectura y a la literatura me resulta impertinente y caduco. Cada vez me parecen más estériles las distinciones artificiales entre Cultura y cultura popular, alta literatura y literatura de masas, lectores iniciados (o especializados) y lectores “desprevenidos”. No tanto la distinción literatura de entretenimiento / literatura de línea dura sino una especie de defensa de la primera fue lo que me motivó a leer El vértigo del viaje, de Andrés Delgado.
No he leído otro libro de Delgado. Sus provocaciones y recomendaciones en redes sociales, alguna entrada en su blog (http://moleskin32.blogspot.com), el punto de vista de un promotor de lectura que es también escritor, la “cantaleta literaria” han despertado mi interés precisamente por su poca ortodoxia. Escribo todo esto para manifestar mi gusto por una visión de la lectura y de la literatura que toma distancia de la barrera académica, del obstáculo, del monumento que algunos elegidos persisten en erigir en torno a la literatura.
Hace un año leí La ciudad de vapor, de Carlo Ruíz Zafón, precisamente movido por alguna provocación de Delgado. Era mi primer libro del autor barcelonés. Luego supe que comencé por lo último, es decir, el libro póstumo de Ruíz Zafón (el escritor había muerto en 2019) y el único de cuentos. Las reseñas que encontré en internet hablaban de una larga lista de novelas que conforman zagas a la manera de las temporadas de las series, pensé. Había un prejuicio en mi acercamiento a Ruíz Zafón que, debo decirlo, comprobé varias veces al leer sus cuentos; no obstante, algo me obligaba a seguir y en navidad compré una caja que contenía tres de sus novelas. Así llegué a La sombra del viento, novela que abandoné y aún prometo retomar.
Había cierto pudor en admitir que estaba disfrutando de la historia de Ruiz Zafón, es decir, que me sentía cómodo en el mundo de la literatura de entretenimiento. Así lo hice saber a los estudiantes de un curso que por ese entonces acompañaba en la Universidad y a un contertulio de esos ante los cuales uno no tiene pudor. Mi pregunta a partir de entonces fue ¿En qué momento la literatura dejó de ser entretenimiento, lúdica, evasión, el fin primero del arte? ¿Por qué creemos que una escritura que sólo aspire a contar historias es “mala escritura” o “mala literatura”? ¿Buena literatura equivale a metaliteratura?
En El vértigo del viaje no encontré la respuesta a esas preguntas —ni más faltaba— sino la posibilidad de pensarlas, de afirmar algunas de mis posiciones o de reevaluar otras; encontré también los términos precisos para nombrar cosas a las que no les había podido atribuir un nombre, por ejemplo literatura de línea dura. El viaje a Barcelona en busca de Ruíz Zafón se convirtió, para mí, en un viaje —con vértigo y todo— al interior de mis concepciones sobre la lectura y la escritura literarias, sobre los escritores y sobre la siempre atrayente imposibilidad de definir cualquier cosa que tenga que ver con la literatura que es como decir cualquier cosa que tenga que ver con lo humano.
Parte de ese vértigo en el que se mezclan preguntas sobre la persona, sobre la literatura, sobre la lectura y la escritura tiene que ver con la entrada en contacto con algo que quiero denominar planos de la escritura (o formas de organización discursiva en el texto): plano del diario, plano de la crónica, plano de la metaliteratura y plano de la novela. El subtítulo del subtítulo, “Una novela (pero quizás no)”, nos advierte que entraremos en un terreno movedizo, en un plano inseguro, en un plano que puede ser muchos planos. Esta especie de gesto irreverente ante un género en torno al cual se ha erigido la cerca del monumento es, a mi modo de ver, un riesgo nada fácil de correr y del cual Delgado sale bien muy bien librado.
En el plano del diario, El vértigo del viaje puede leerse como registro de un lector (también de un escritor) que confiesa sus preferencias literarias, sus preguntas sobre lo que lee, aquello que le apasiona de la literatura, esa especie de trance que es leer a Ruíz Zafón o la imposibilidad de las palabras para expresarlo todo (las palabras, perras negras, decía un argentino). Además, irrumpe el plano de la crónica, de la crónica de un viaje a Barcelona; en ella el cronista se debate, compara culturas, introduce datos históricos, nombres de calles y lugares, nos ofrece una mirada, una cartografía particular de la ciudad con sabores, olores, costumbres, gente, atmósferas. Lector y cronista pasan fácilmente a ser comentarista de textos literarios —incluido el de MartínLimón— y allí, en esa reflexión sobre la dimensión autoral (el escritor es un tramposo, un charlatán), los personajes (autoconciencia del personaje) y la búsqueda de técnica emerge el plano de la metaliteratura.
Ahora bien, con El corazón es un animal extraño (por cierto, es el título de una canción de Ilegales), novela de MartínLimón, entramos en el plano de la novela. Interesa poco que la tal novela no exista; lo que importa es que, como en un buen ejercicio de la línea-dura-de-la-literatura, Delgado logra que exista en su novela, incluso que nos interesemos en sus personajes y en la posibilidad de conocer más de esa historia. En este punto, pienso, se ejecuta un procedimiento sumamente complejo desde el punto de vista escritural: auscultar la línea dura a partir de la línea dura misma sin dejar de entretener. Suena enredado pero ocurre de esa manera, como cuando admitimos que Cervantes ausculta la novela de caballería a partir del esquema (ironizado) de la caballería misma.
Para finalizar, quiero plantear una idea que estuvo presente a lo largo de la lectura de El vértigo del viaje: la literatura siempre será una forma de entretenimiento, incluso la línea dura entretiene a ciertos desocupados a quienes debemos la existencia de una vida literaria. A que la literatura sea también entretenimiento debemos una obra como la de Delgado. Qué tal que no.
Sr, muchas gracias por leer, por comentar, por el análisis. Mucha tela para cortar al respecto. Espero que nos sigamos encontrando en este diálogo. Un abrazo.
ResponderEliminarHa sido un gusto leer tu libro, Andrés.
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