Fui estudiante de la profesora Natalia Pikouch en los años que orientó algunos cursos en la Universidad de Antioquia. Esos cursos eran magia, no encuentro otra manera de compararlos. Y la magia comenzaba con la presencia de la profesora, cuando nos miraba uno a uno con esos ojos claros e intensos. Natalia murió a los pocos años de ser mi profesora en un curso de literatura infantil pero su voz resuena hasta hoy en mi cabeza cuando recuerdo, por ejemplo, el Romance de la luna, luna de Federico García Lorca.
Natalia nos llevó de Esopo a Perrault, de los hermanos Grimm a Rafael Pombo, de Roald Dahl a Lygia Bojunga y Gianni Rodari. Cada clase era una sorpresa; ella hacía magia y nos daba remedios para nuestros males del cuerpo y del alma; recuerdo que el propósito de su curso era alcanzar la felicidad. Natalia llevaba siempre una sonrisita entre niña y bruja; eso me encantaba y me intimidaba también.
Una vez le conté, muy tímido por cierto, que tenía una gastritis tremenda. Natalia me miró fijamente a los ojos y yo no aguanté tanto tiempo esa mirada; me habló de la gastritis y los males del alma y me sugirió raspar mi lengua con una espátula en las mañanas, en ayunas, antes de desayunar. Esa era la profe.
Nunca volví a verla luego del cierre del curso. En esa ocasión llevó tortas deliciosas para todos y velas que encendimos pidiendo deseos. Cada uno se puso la nota que quiso y ella salió con su caminado de personaje que camina por el bosque en ese corredor del segundo piso del bloque 12.
Por muchos años tuve en mi cabeza la primera frase de un relato que la profesora Natalia recitaba de memoria y con los ojos cerrados, como si lo saboreara (porque con ella los textos se olían, tocaban y saboreaban). En ese relato una niña muy bella sufría del corazón y provocaba la envidia de otra. Me parecía bello precisamente porque lo recordaba en la voz de la profesora y por la imagen suya sentada entre los estudiantes como una Sherezade mientras narraba.
Solo una amiga, Angelita, recordaba y recitaba de memoria ese relato. Hace unos días recordé como nunca esa historia y la voz de Natalia regresó. Mi amiga recitó la historia tal cual la recordaba y me envió un audio por Whatsapp (desde un lugar en los Estados Unidos). En muy poco tiempo tuve la historia conmigo de nuevo. Transcribí el audio y busqué en la internet. El siguiente es el relato que resultó estar incluido en una compilación de Fábulas antiguas de China; esta compilación atribuye la autoría de la historia (al menos esta versión) a Zhuang Zi. A continuación, comparto el relato y el enlace a la compilación. Muchos años después la profesora Pikouch sigue haciendo de las suyas.
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