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Conferencia para I Festival de letras andinas

Andes, Antioquia, 24 de Junio de 2020


Nota: esta conferencia se escribe en un momento supremamente doloroso para nuestro país. Por casi dos meses los colombianos hemos ejercido nuestro derecho a la manifestación. Poco se nos ha escuchado. Cientos de jóvenes que deberían estar disfrutando de espacios como este se encuentran hoy desaparecidos, muchos otros han muerto. Nada que convoque a seres humanos debería pasar desapercibido esto que está ocurriendo.


Gracias a la Secretaría de Educación y Cultura del municipio de Andes por esta invitación, por creer que tengo algo que aportar a sus inquietudes.


1) ¿Qué leen los que no leen? 


Es la pregunta que se hace el profesor mexicano Juan Domingo Argüelles en un estudio de 2003 que ha resultado muy iluminador para cierto sector de la academia interesado por ver en la lectura y la escritura prácticas que cobran sentidos y nuevas realidades incluso fuera de los ámbitos de formación institucionalizados. Esta pregunta parte de una concepción de la lectura como proceso individual que, aunque está atravesado por el contexto, no puede ser valorado en términos de cantidad. Así las cosas, no necesariamente se es buen lector por haber leído muchos libros; pasa que en nuestra realidad inmediata abundan ejemplos de personas que se acercan a muchos libros o se la pasan leyendo artículos y documentos y, a pesar de eso, no son lectores: o, por lo menos, no de la categoría que propone Argüelles, es decir, un lector que conecta lo que lee con su realidad, con aquello que lo inquieta, con la situación por la que está pasando su entorno, su comunidad y, en esa medida, apropia lo que lee para transformarlo, transformarse y transformar su realidad.


Como pueden ver, el anterior criterio dista mucho de la forma como las instituciones suelen medir nuestra relación con la lectura en particular y con la cultura escrita en general. Cada vez nos atormentan con afirmaciones como “Colombianos leen la mitad de los libros del promedio en Latinoamérica” (Forbes, Noviembre de 2020) o “El Dane precisa que es falso que la gente no lea porque no tiene dinero para comprar libros. El 55 % no lo hace porque no le interesa y tan solo el 5,8 % porque no tiene dinero” (El Tiempo, 2014). Además de poco motivadoras, estas noticias parecen pasar por alto que la sola disponibilidad de material de lectura no garantiza el acceso a la lectura; hemos escuchado historias tristes, por supuesto, de colecciones de libros que mueren en el polvo o la humedad porque las comunidades no las usan. Pues bien, no creo que las comunidades sean culpables de una tragedia semejante pues junto con la disponibilidad material han de llegar las condiciones para el acceso a los libros y, de ahí, podemos pensar en su apropiación. En la medida que funcione bien la relación disponibilidad-acceso-apropiación podríamos decir que hay condiciones de posibilidad para la participación. Pero, sinceramente, no creo que el DANE (Departamento Administrativo Nacional de Estadística) piense en todas estas cosas antes de decirnos a todos los colombianos que somos malos lectores o que todavía nos falta mucho para igualar a los mexicanos, como si esa fuera nuestra real preocupación.


Ahora bien, admitamos que, tal vez, no somos los lectores que el DANE o la Cámara Colombiana del Libro tienen en cuenta, que no visitamos las bibliotecas, que no visitamos librerías y tampoco compramos libros ¿Que leemos entonces? ¿Cómo nos hemos arreglado para participar de la cultura escrita? ¿Cómo hemos hecho para entrar en contacto con la poesía, la narración, el teatro y la elocuencia? ¿Cómo hemos aprendido que la lengua, el idioma, no solo nos ha servido para comunicarnos sino para producir belleza, para cuestionar, para proponer puntos de vista, para hacer memoria?


Estas preguntas me animan hoy a compartir con ustedes; son mi cuota a una larga conversación. Me he propuesto hacer algo que acerque la literatura a la gente, que incluya y no excluya; que todas y todos se sientan lectores porque en realidad pertenecemos, aunque de distintas maneras, a una gran comunidad que lee el mundo y la cultura. En lo que sigue intentaré mostrar de qué múltiples maneras nos relacionamos con la literatura en la cotidianidad y cómo, a partir de allí, llegamos a ser partícipes de la cultura escrita.


—Muchos de ustedes se estarán preguntando cómo ocurre todo esto si partimos del hecho de que no todos tenemos una relación vital con los libros. Pues veamos…


2) Francisco escribe cartas a Teresita


Hace unos días, mientras buscaba una llave en la casa de mi abuela (mamita, como nos enseñaron a decir) por pura casualidad, di con una vieja cajita de cartón que me llamó la atención por la imagen de alguien parecido a la reina María Antonieta en la tapa. Se trataba de la caja de una vieja marca de jabón de tocador de, al menos, cincuenta años atrás. Todo en ella me resultaba conmovedor al tiempo que curioso. Minutos más tarde tenía sobre la mesa el archivo escrito más grande de mi familia materna —el único— hasta ahora desconocido, al menos para mi generación. Nueve cartas escritas por Francisco, mi abuelo, hacia 1956. Las cartas todas están dirigidas a la Señorita Teresita, es decir mi abuela, en la época en que aún no eran novios. 



¿Pero qué tiene que ver la historia de mis abuelos en todo esto?, se estarán preguntando muchos de ustedes. Pues bien, nunca pensé que en mi primera historia familiar existiera un joven que escribiera cartas con el esmero que lo hacía Francisco. Una caligrafía bellísima —aunque no la ortografía, lo siento abuelito— llama la atención sobre esas cartas; luego, al acercarse, están los respetuosos encabezados: “Señorita Teresita Correa, espero que al recibir esta se encuentre gozando de completa felicidad” (1958) o “Señorita Teresita Correa: va mi carta aquella mensajera fiel de mis amores y mis más risueñas esperanzas, a llevarse los [ilegible] de un alma y las palpitaciones de un corazón herido por la espada funesta del dolor, y espero que al recibo de esta te encuentres gozando de una completa felicidad”. Es muy bello esto, no?


La cajita de la que les hablo contenía también algunos sobres en los que se guardaban las cartas; son los mismos sobres que se utilizaban antes, cuando no existía el correo electrónico, para comunicarse por escrito con alguien. Lo que me lleva a suponer que Francisco compraba esos sobres que incluían una hoja tamaño carta, rayada, en la que expresaría lo que estaba sintiendo en esos días ¿Qué hay en ese gesto del joven abuelo que compra papel para escribir cartas a su pretendida novia? A mi modo de ver, hay allí un contacto genuino con la cultura escrita, con la lectura —si Francisco escribía tanto era porque Teresita leía y eventualmente respondía—y con la literatura; si no es así ¿de dónde sacaba Francisco, un joven campesino de una vereda de Amagá, sus “risueñas esperanzas” o su “espada funesta del dolor”? Intuyo que de canciones que él escuchaba, de letras escritas por otros que llegaban a él a través de la oralidad.


Lo que planteo, entonces, es que el mundo de los lectores y el mundo de la literatura nos son tan cercanos que llegamos a perder de vista su sutil impacto en nuestro día a día; y que hacemos parte de ese mundo, aunque no tengamos una relación física, directa, con el objeto cultural que hemos llamado libro o con espacios como las bibliotecas o las librerías. Esto no quiere decir, de ninguna manera, que libros, bibliotecas y librerías sean innecesarios en la configuración de una cultura escrita sino que, desde una mirada más amplia de las prácticas de la lectura y la escritura esos objetos y espacios constituyen algunas de las posibilidades de vincularnos al mundo de la lectura y la literatura.


Así las cosas, sesenta años después las cartas de Francisco me dicen —nos dicen— del vínculo del abuelo con la cultura escrita y literaria: además del dominio del código que le permite escribir (que seguramente adquirió en la escuela de la vereda), el autor de esas cartas conoce la estructura de ese tipo de textos (seguramente porque ha leído otras cartas) y tiene claridad respecto del contexto en el que ese mensaje, expresado de esa forma, tendrá efecto: el corazón de Teresita. Ahora bien: para el abuelo no era suficiente con transmitir un mensaje sino que había que hacerlo de una manera bella (voluntad de estilo), manera en la que esforzó, para la que echó mano de lo que para él era un lenguaje bello, y que revela muchos años después su visión del amor, de la soledad y de la existencia. Y es posible que Francisco ni siquiera haya intuido lo cerca que estaba de la literatura. 


3) La literatura más allá del código alfabético, el papel y la tinta


Este es el momento en que ustedes se estarán preguntando qué relación han tenido con la literatura si asumimos que esta no habita solamente en los libros. Me gusta pensar en lo literario como una dimensión del ser humano; en que, inevitablemente, al entrar en la cultura nos hacemos partícipes de una posibilidad que existe, entre otras, para darle sentido a nuestro paso por este mundo. No me interesa caer en distinciones entre una llamada “alta cultura” y una cultura popular; en la vida real, en nuestro ámbito más cercano, aquí, entre las montañas en las que estamos, es difícil e impertinente establecer ese tipo de límites. 


En una novela que leí recientemente, escrita por el bogotano Fernando Molano Vargas, se dice algo que nos viene bien como complemento a esta reflexión que quiero suscitar esta tarde. La novela se llama Vista desde una acera, en ella dos jóvenes estudiantes de literatura se enfrentan a la experiencia límite del SIDA en la década de 1980 en Colombia ¿Qué hay de bello y literario en esa situación, nos estaremos preguntando, si nos han enseñado que la buena literatura —con lo esquiva que puede ser esta categoría— debe expresar lo bueno, lo edificante, lo armónico, si debe entretener y no desestabilizar, si debe enseñar y hacernos mejores?


Pues bien, las respuestas a esta pregunta nos permitirían ampliar nuestro horizonte sobre aquello que consideramos literatura y, con ello, sobre una de las prácticas sociales que le dan vida: la lectura; porque la literatura se mantiene viva gracias a la escritura y la lectura, pero también gracias a la oralidad y la escucha. Esto explica nuestra presencia hoy en este lugar.  


Pero volvamos a Molano y, más precisamente, a un fragmento de su novela en el que los jóvenes personajes tratan de responder a la pregunta sobre qué es poesía:


De manera que, enigmática o inefable, ¿Qué podemos decir, que sea cierto, de la poesía? Pues que ahí está. En el acorde de dos notas que hechizan e impiden escuchar el resto de la música, en la imprecisa tensión de dos colores que se tocan, en la línea que contornea una forma, acariciándola; en la sencilla frase leída que captura algo de nosotros, por un instante nos ata y nos deja como cualquier amante; y también en la ternura del sol que cae como un gigante cansado en los ocasos, en la magnificencia de una abeja sobre un pétalo, en la caricia del agua cayendo sobre la piel de un cuerpo amado, en la opacidad de la vieja tetera de la abuela, en el aroma de nuestras vidas depositado en los armarios; o en el leve giro de una mirada que embruja y nos deja a punto de caer en el amor, y en todas las cosas que en amor o en dolor, amargura o gozo, vienen a nosotros tocadas por el encanto de lo que simplemente es bello: la poesía está (Molano Vargas, 2012, p. 247).  

Las palabras de Molano nos sugieren entonces que existen otros, llamémoslos, planos en los que convivimos con la poesía —es decir con la literatura— y que, por lo tanto, hay otras formas de leer eso literario en la cotidianidad:

Leo la alegría de mi mamá cuando florece una planta en su jardín.

Encuentro belleza y sentido a la existencia en la mañana mientras escribo esto que leo y escucho los gallos y los pájaros que cantan.

Leo el ímpetu de los estudiantes, su deseo de hacer cosas nuevas o sus descontentos.

Pero también puedo leer la injusticia.

Puedo leer la violencia, incluso en sus formas más sutiles.

La lectura constituye un modo de estar en el mundo y estar en el mundo implica riesgos, cambios, armonía y también desequilibrio, lo edificante y lo que no lo es tanto, belleza y conmoción. Uno no es lector solo con el papel, la tinta y los libros; tal vez estos contribuyen especialmente, como otros objetos y herramientas (digitales, audiovisuales), a hacernos lectores del mundo como nos lo ha enseñado el maestro Paulo Freire; esta es una concepción de la lectura que estimo muy pertinente para nuestros contextos siempre convulsos y desafiantes.


4) Sin temor a hablar de una función social de la literatura y de la lectura


La relación entre lectura, literatura y mundo trae consigo una responsabilidad; de alguna manera, al asumirnos como lectores entramos a hacer parte de una comunidad no siempre comprendida, no siempre bien recibida, no siempre agradable para ciertos sectores de la sociedad. Hemos crecido en una sociedad para la que el leer —en la forma que sea— no tiene una finalidad práctica; no hay en ello utilidad en el sentido que hay utilidad en cultivar la tierra, cuidar de los animales para que produzcan alimento o abrir el negocio todas las mañanas para que la gente compre y así se produzca dinero. Y, en cierto sentido, es verdad: es posible que leer no nos haga ricos ¡Pero cuán necesario es para habitar el mundo de una manera distinta! No mejor —quiero llamar la atención sobre esto— sino distinta.

En la teoría literaria se emplean dos conceptos que nos sirven para cerrar —por el momento— la discusión que hemos abierto esta tarde, a saber: horizonte de expectativas (tomado de la fusión de horizonte de Hans Georg Gadamer) y función social de la literatura (tomado de las tesis de Hans Robert Jauss como provocación para una historia de la literatura). El horizonte de expectativas está constituido por todo aquello con lo que un lector se enfrenta a un texto: sus lecturas previas, su formación, sus intenciones, lo que la tradición ha construido y mantenido, y que llega configurar el lente a partir del cual ese lector lee; con base en este horizonte de expectativas el lector valora el texto que la cultura le propone y con ello inicia un fenómeno interesantísimo: la recepción de la literatura que se centra ya no en el texto literario sino en el lector. Pero eso es materia de una clase de literatura y no es ese mi papel en este momento. Hoy soy un lector, como ustedes, integrante de una comunidad.

Esa teoría que acabo de mencionar propone que el contacto con la literatura impacta el horizonte de expectativas del lector y es ahí donde se puede hablar de una función social de la literatura. En otras palabras, la posición de lectores de la que hemos hablado en la tarde de hoy, ese estar dispuestos siempre a leer el mundo, a ver lo literario incluso fuera de los libros, transforma nuestros puntos de vista, los mantiene vivos, en constante dinámica. Podríamos decir que, en la medida que eso suceda, se amplían las posibilidades de generar transformaciones en el orden social. 

Precisa el profesor Hubert Pöppel en una conferencia de 2003 dirigida a profesores de instituciones educativas que nuestra historia nos ha demostrado que la lectura y la literatura no necesariamente hacen mejores a las personas; los promotores de la Segunda Guerra Mundial eran hombres cultos, lectores de poesía, intérpretes o escuchas conocedores de las grandes obras maestras de la música y, sin embargo, dirigieron el holocausto, contribuyeron al exterminio de miles de seres humanos. En el caso colombiano vale la pena recordar que las guerras del siglo XIX —que son una madre de nuestra tristemente cotidiana guerra actual— fueron protagonizadas por importantes hombres de letras, lectores de los clásicos, conocedores del latin, corresponsales de importantes periódicos literarios de la época. Entonces la lectura y la literatura no siempre nos harán mejores personas, es posible que tampoco nos hagan los hombres y mujeres más felices, en todo caso podemos estar seguros de que nos harán distinto nuestro habitar este planeta. Pero eso implica un riesgo que no todos quieren correr. 


5) Cinco ideas para llevar y seguir leyendo

Lea de todas las maneras en las que es posible leer.

Si bien “la poesía está”, como lo dice Molano, la lectura nos ayuda a afinar la percepción.

El mundo de la literatura no es solo lectura; también es escucha, escritura y oralidad.

Vale la pena correr el riesgo.

La familia, la escuela y los gobiernos son muy importantes en el proceso de formación lectora.


REFERENCIAS


Argüelles, Juan Domingo, 2003, Qué leen los que no leen. 

https://forbes.co/2020/11/03/forbes-life/colombianos-leen-la-mitad-de-los-libros-del-promedio-en-latinoamerica/

https://www.eltiempo.com/multimedia/especiales/cuanto-leen-los-colombianos/15606578/1/index.html

Molano Vargas, 2012, Vista desde una acera, Bogotá, Seix Barral.

Pöppel, Hubert, 2003, ¿Enseñar literatura?, Medellín, Comfama.


Comentarios

  1. Estimado Leandro
    Disfruté mucho esa historia familiar de las cartas... y considero que son muy importantes las ideas que expones y las referencias que haces en esta entrada de tu Blog. Gracias por compartirlas, gracias –en últimas- por darnos de leer.
    Son muchas las formas de leer, aunque en las instituciones académicas nos centremos en unas pocas... de seguro que estamos percibiendo el mundo a medias.
    Un saludo gigante.

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    Respuestas
    1. Gustavo, muchas gracias por el comentario. Para mí es un honor. En Andes conocí a don Gustavo Zapata; tiene un trabajo bellísimo con archivos de la región y, aunque no sabemos mucho al respecto, sobre bibliotecas privadas y públicas desde el siglo XIX.

      Eliminar

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