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De moaxajas y romances

(Un intento del año 2007)

Este es un comentario subjetivo sobre un tema para mí desconocido hasta el momento. Los orígenes de la poesía española (la moaxaja, el romance, la canción y la serranilla) son para mí una literatura desconocida que, sin embargo –y tal vez lo siguiente resulte un atrevimiento- me recuerda algunas de las canciones infantiles que solían acompañar los juegos en la escuela, las trovas o los “poemitas” que aprendía para recitar en algún acto cívico. Pero además de todas estas evocaciones, el acercamiento al origen de la literatura española me ha dado una idea de la riqueza de una cultura en la que conviven los aportes de tantas otras culturas, y del valor de una literatura que debe considerarse también origen de la nuestra.



De la moaxaja me llaman la atención dos aspectos en particular. El primero tiene que ver con la voz de la mujer en esas composiciones. Me parece sumamente interesante que sean ellas, apenas hoy reconocidas por la literatura, las que hablen y canten en las primeras manifestaciones poéticas de España. Más atractivo es el hecho de que lo hagan nutriéndose de los aportes de la cultura árabe -de su arte de amar, por ejemplo- tan poco reconocidos por la historia española; éste es el segundo aspecto que me llama la atención: a síntesis de culturas para dar origen a una literatura rica precisamente por la diversidad que la compone.

Hay una moaxaja que particularmente me encanta por la imagen que sugiere: “Ya cantan los gallos, / amor mío, vete: / cata que amanece. / Vete alma mía, / más tarde no esperes / no descubra el día / los nuestros placeres. / Cata que los gallos, / según me parece, /dicen que amanece”. Es la imagen de un amor furtivo; los amantes son sorprendidos por el día y el yo poético sólo escucha el cantar de los gallos que da por terminada la noche de amor. Aquí veo la presencia del arte de amar árabe, del amor que se tarda y se anhela, y convierte las noches en horas y las horas en minutos. Es un amor que se intensifica precisamente por la distancia y lo prohibido, y que por eso mismo se sufre. Eso parecen indicar las expresiones “amor mío y “alma mía, situadas antes y después del imperativo “vete en los versos 2 y 4. También lo sugieren las aliteraciones del fonema “s” en los últimos dos versos que dan la impresión de un susurro cargado de tristeza: según me parece, dicen que amanece. En los tres últimos versos parece suavizarse la información que se dio en los 7 anteriores; aunque se dice lo mismo, el carácter de la información cambia; lo que se plantea al principio como una voz de alerta sugiere, al final, la tristeza de una despedida.

Los romances me resultan bellísimos y, al mismo tiempo divertidos. Al contar historias completas de la ficción o de la historia de España, supongo que han tenido un papel tan importante en la construcción de la identidad española como lo tuvo, por ejemplo la crónica histórica de Shakespeare. Hay uno en especial titulado “El enamorado y la muerte” que me llama la atención por la relación tan particular que plantea desde el título: el amor y la muerte. Se trata de una historia completa que nos sitúa ante una situación límite: al amante se le anuncia la muerte y pide tiempo para ver a su amada: “(…) ¡Ay, Muerte tan rigurosa, /déjame vivir un día!”. Sin embargo, ya en presencia de su amada la muerte le sorprende cuando está a punto de alcanzarla, pues “La fina seda se rompe; / la Muerte que allí venía: /-Vamos, el enamorado, /que la hora ya está cumplida”.

Además de narrar una historia en versos de 8 sílabas, este romance presenta una aliteración del fonema “ñ” en sus tres primeros versos que llaman la atención por su musicalidad: “Un sueño soñaba anoche, / soñito del alma mía, / soñaba con mis amores / que en mis brazos los tenía”. Es a su vez una aliteración de la palabra “sueño” que le da un rasgo particular a la primera parte de la composición. Por otra parte, las rimas asonantes en los versos pares “ia” contribuyen a concretar la musicalidad del romance (tenía, fría, mía, día, celosías, sería, venía, etc.). Pero lo que más me atrae de este soneto es la relación que se establece entre el amor y la muerte. En los versos 5, 6,7 y 8 el enamorado confunde a la muerte con su amada: “Vi entrar señora blanca / muy más que la nieve fría. / -¿Por dónde has entrado, amor? / ¿Cómo has entrado, mi vida? Es muy significativa tal confusión, pues sugiere de alguna manera una imagen del amor en estrecha relación con la muerte; tal vez porque el amor representa también una manera de morir.

Del Renacimiento y de quien representa tal período en la poesía española, es decir, Garcilaso de La Vega me conmovió la Canción cuarta. Si bien es la desilusión del amor, se trata de una desilusión distinta que implica el conocimiento, la razón; de alguna manera una explicación a tal tristeza. Pero acceder al conocimiento implica sufrimiento; de ahí la presencia de palabras o expresiones como arrastrado, espinoso, tormento, áspero, daño, sangre, en fin, palabras que conforman el campo de sentido del que sufre y piensa lo que sufre, “Pues soy por los cabellos arrastrado / de un tan desatinado pensamiento” . Pienso que si bien la estructura de estas composiciones es más compleja, a mi modo de ver poseen un contenido más “serio” que las moaxajas o los romances. Se puede leer a Garcilaso a la luz de autores contemporáneos o viceversa. Los planteamientos guardan una estrecha relación con nuestra contemporaneidad; son los problemas del hombre, del ser humano que sufre y, en esa medida, aprende y vive.

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