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Mostrando entradas de agosto, 2024

El entenado, el escritor

“Todo el mundo conocido reposaba sobre nuestros recuerdos” Fue la primera frase que resalté durante la lectura de El entenado (1983) de Juan José Saer. Para ese momento –las primeras quince páginas de la novela– ya había establecido una inevitable relación con las Crónicas de Indias y con la que he considerado una actualización de estas hecha por un escritor colombiano al que aprecio mucho, Mario Escobar Velásquez en su novela Muy caribe está (1999) . La situación de los narradores, el de Saer y el de Escobar, son similares: conquistadores europeos que escriben, ya en su vejez, en primera persona, su experiencia en los territorios colonizados. En ambos casos, los narradores logran un acercamiento a las tribus de indios –estoy usando términos de la novela– que les permite entrar y conocer de primera mano la vida en comunidad, la cotidianidad, las costumbres y creencias de esos pueblos. Sin embargo, Saer lleva ese punto de vista del otro, del extraño que no deja de ser extraño, a sus úl

Zona de obras, de Leila Guerriero. Voy de nuevo...

 Justamente en este libro Leila Guerriero usa un término que me cayó como una piedra con la que, como trato de hacer siempre, he tratado de construirme una casa. La periodista y escritora argentina se refiere en alguno de los textos que conforman este libro a cierto remedo de periodistas o críticos que creen conquistar el mundo de los lectores con cada cosa que se les ocurre escribir y llevan a su “blogcito”. Escribo desde hace meses para este, mi blog, y no pude evitar sentirme aludido. En parte porque mi sentido autocrítico hace que me pregunte siempre por la calidad de esto que garabateo cada vez, luego de leer algún libro, luego de algún suceso que me raya la percepción o la vida. En parte, también, porque en dos veces que lo he intentado, he experimentado cierta frustración al escribir sobre un libro de Guerriero.  En todo caso, Zona de obras hizo que nuevamente me preguntara por mi escritura, por el compromiso de esto que escribo, por el sentido de sentarme frente al computador

¿Para qué un desfile de mitos y leyendas hoy?

Una mujer de casi ochenta años estuvo de pie, al lado mío, durante las casi dos horas que duró el paso del desfile en la tarde de ayer. La acompañaba su nieta, de unos treinta, y un nieto, de máximo seis. Presencié el desfile al lado de tres generaciones. Quiero decir que lo más bello del desfile transcurre entre los cientos de personas que se asoman a la calle, a la esquina, a los balcones, a las puertas y ventanas para ver lo que vemos cada año, aunque con la expectativa de la primera vez. Hay quienes todavía se asustan con las máscaras y gritos de los personajes disfrazados, también están los que critican (como yo), los que se conmueven y evocan (también como yo) otros desfiles de otros tiempos, y quienes a pesar de los cambios inevitables creemos que en el desfile anual de mitos y leyendas del pueblo está nuestra historia, nuestra memoria, nuestros malestares y contradicciones, en fin, lo que hemos sido, lo que somos y lo que queremos ser.    Mientras veía pasar pancartas, carrozas