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"Aquí hay alguien". Anagramas, de Lorrie Moore

Anoche terminé Anagramas, de Lorrie Moore. Fue un final triste, cercanamente triste. No es la tristeza épica, no es la tragedia de grandes héroes, sino la del día a día, de las mujeres y hombres contemporáneos como vos y yo. Aunque ¿Sabés? (y debe haber mucho de causalidad con cosas que han pasado en los últimos días), hay una especie de reivindicación de la fantasía en todo esto, de las vidas que nos inventamos como para protegernos, para mantenernos a flote: "La vida es triste; aquí hay alguien", dice Benna en el último relato. 

El anterior fue el mensaje de WhatsApp que envié a amigas y amigos luego de cerrar el libro de Lorrie Moore. Esa primera impresión guarda, en esencia, mi recepción de esa escritura, de esa historia, de esos personajes. Y el gesto también: una vez terminado el libro, uno siente la necesidad de decirle a alguien lo que se ha movido dentro. Solo que es difícil decirlo sin caer en el lugar común, la cursilería y el sentimentalismo. Porque con Moore, al menos en esta historia, se está siempre en el límite difuso entre la trivialidad y lo profundo, entre la levedad y el peso existencial.  

Anagramas está compuesta por cinco historias disímiles en su extensión, dinámicas en sus puntos de vista, inestables, encantadoramente inestables: “Escape de la invasión de los asesinos del amor”, “Cuerdas demasiado cortas para ser usadas”, “Venta de garaje”, “Agua” y “La novicia da”. Moore lleva a cabo una escritura episódica, es decir, construye las historias a partir de fragmentos que el lector debe articular; entre los fragmentos hay un espacio que el lector debe llenar de sentido, lo que lo hace partícipe de ese orden. Encontramos narraciones en tercera persona, en primera persona, diálogos cortos y extensos, pensamientos de los personajes que suspenden la acción durante párrafos enteros. La historia cinco, que se lleva más de la mitad del volumen, está dividida a su vez en cinco disímiles partes y es la que ejecuta de manera más amplia los procedimientos mencionados. Ahora bien, estoy asumiendo que el libro contiene cinco historias, pero es posible que se trate de una sola; al fin y al cabo, Anagramas es una reivindicación de los mundos que inventamos. 

Cada relato aborda la vida de Brenna y Gerard, también de Leanor y Georgianne, personajes a su vez inventados por Brenna; así es, en el universo ficcional de Lorrie Moore los personajes inventan otros personajes, no tanto para caracterizar una forma de locura como para mostrarnos, con toda naturalidad, nuestra propia necesidad de imaginación: 

“Pienso que es por esta razón por la que una mujer inventa cosas: porque cuando muere, todas esas vidas que nunca tuvo desaparecen con ella. Todas esas posibilidades permanecerán allí como un montón de chicos de escuela con las manos levantadas sin que nadie les preste atención... todos, conscientes, profundamente conscientes, de la respuesta” (p. 269). 

Así las cosas, en la historia titulada “La novicia da”, Brenna inventa una hija. Conversa, discute, por momentos su vida gira en torno a ella. Entre las múltiples maneras de interpretar ese acto, surge la pregunta ¿Qué hijo no es, en buena medida, una invención?  



En cada historia tanto Brenna como Gerard son personas distintas: desempeñan trabajos diferentes y tienen relaciones diferentes: por ejemplo, en una de las historias Brenna es cantante en un club nocturno; en otra, profesora de aeróbicos para ancianos; y en otra, profesora universitaria de poesía. Tal indefinición deliberada no importa al lector; llama su atención, sí, pero se asume como el código que creamos con los amigos; el lector comprende fácilmente ese código. Establece ese pacto de manera tranquila, no forzada. Finalmente, afectar el orden de los elementos (como ocurre en el anagrama) se justifica por el nuevo sentido que esa relación origina. 

El asunto común en las historias, incluida la quinta, que es la más extensa, es el humor negro (con lo fácil que suena y lo difícil que es hacerlo), la fina ironía y la fantasía necesaria para soportar la vida. Porque los personajes de Moore intentan vivir y soportar la vida en medio de fracasos profesionales, sentimentales, familiares, etc.; y buscan sostenerse entre ellos y entre ellos mismos y las mentiras que habitan, es decir, la literatura y sus propias vidas. Encajan bien en el tipo del perdedor, del loser, que la literatura ha creado para reírse de sí misma; tanto Benna como Gerdad desempeñan empleos relacionados con las artes en los que no les va realmente bien. Sin embargo, de esa sensibilidad que da la relación con la literatura y la música principalmente proviene la inteligencia de la que están dotados, el autoconocimiento que no es otra cosa sino aceptación del absurdo. Lo anterior puede explicar que una narración tan personal en algunos momentos pueda exceder ese ámbito y lograr el reconocimiento, la identificación de cualquier lector. 

Este, llamémoslo, efecto de reconocimiento, se asemeja al momento en que el héroe trágico se da cuenta de todo, ata los cabos, comprende y sufre. Con la lectura de Moore también se sufre, pero aparece siempre una sonrisa del lector: “Todo en la vida me parece un sueño extraño sobre perder cosas que, para empezar, nunca te pertenecieron. Un sueño sobre intentar encontrar tus anteojos cuando no puedes ver porque no tienes tus anteojos puestos. Eso parece mi vida” (p. 248). Entonces uno, lector, queda confundido, después ríe y, en cuanto comprende, entristece de esa manera conmovedoramente bella e inexplicable con la que la literatura nos hace vivir, también, la tristeza. 

En un escrito de 1994 titulado “Sobre escribir” y que se encuentra en una compilación de ensayos, reseñas y crónicas suyas titulado A ver qué se puede hacer, Lorrie Moore dice: “la vida es un regalo maravilloso, hilarante y bendito, y es también intolerable. Incluso en la vida más afortunada, por ejemplo, uno ama a alguien y luego esa persona se muere. Esto no es aceptable. ¡Esta es una falla de diseño importante! (...) Lo que constituye la tragedia y lo que constituye la comedia debe ser una cuestión borrosa” (p. 87). Creo que la reafirmación de esta idea justifica la lectura de Anagramas; siempre será necesario alguien que nos recuerde la broma que puede ser todo esto. A veces es una amiga, a veces una canción, tal vez un viaje o una escritora como Leila Guerriero que por sus señales en Zona de obras y en Teoría de la gravedad me llevó hasta Lorrie Moore.  

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