Folletín, melodrama, misterio, detectivesca, novelesco, todas estas palabras pasaron por mi cabeza mientras leía las seis historias que conforman este libro de Jorge Mario Betancur Gómez. Esas palabras y no Historia, y no crónica, porque algo como un código literario se impuso desde el principio, así haya tenido en cuenta los paratextos que advertían sobre la rigurosa investigación documental que precedió a su composición. Porque, hay que aclararlo, las historias incluidas en Déjame gritar tienen esa nota agravante que dice “basado en hechos de la vida real” que parece cambiar todas las condiciones del pacto que acordamos como lectores. Este es el punto en el que vuelven a aparecer todas las preguntas sobre esa no siempre precisa distinción entre la escritura de “no-ficción” y la escritura de ficción. Distinción que tiende a perder relevancia cuando la experiencia de lectura es, finalmente, una experiencia de lectura literaria como cualquier otra.
No creo que la relación con el folletín y el melodrama que he mencionado deba leerse de forma peyorativa. Mucho debemos al melodrama en nuestra educación sentimental, sobre todo en Latinoamérica. Por otra parte, ya ha quedado demostrado, como nos lo enseñó la crítica argentina Beatriz Sarlo en un trabajo suyo que data de 1985, que el folletín reviste la complejidad de un texto en el que están contenidas todas las capas de nuestra sociedad y nuestra cultura (Ver El imperio de los sentimientos). Betancur Gómez no es ajeno a esa idea y retoma procedimientos folletinescos y melodramáticos para entregarnos historias que sencillamente no dejan respirar mientras leemos; quitan el aliento, para emplear un cliché también melodramático.
Lo anterior no les resta humanidad a los personajes que, aunque basados en la realidad, se nos presentan en muchos casos como subjetividades dotadas de cierta complejidad, como sucede, por poner un ejemplo, en la historia titulada “Las señoritas de la calle Ayacucho” o en el escabroso relato “La cabeza de Ana” en el que se revisita un tristemente célebre feminicidio ocurrido en el centro de Medellín al final de la década de 1960. Dicha complejidad permite leer estas historias, también, como aporte a eso que, siguiendo a Pedro Adrián Zuluaga, podemos denominar la fisura del tradicional relato antioqueño, en el sentido que la sociedad medellinense aparece representada en el conjunto de historias no tanto desde sus valores edificantes como en sus vicios más deplorables. El paisaje de una ciudad en pleno proceso de modernización que ha predominado en la narrativa oficial e hipócrita de esta tierra de montañas y negocios se ve contaminado, de pronto, por el machismo, la avaricia, la prostitución, los engaños, las peleas por herencias y la obsesión que conduce al asesinato.
Portada de la segunda edición de Déjame gritar, Editorial Universidad de Antioquia |
Salvo el relato “Corral falso”, las demás historias tienen como personajes centrales a mujeres. Y es inevitable asociar el título del volumen, Déjame gritar, con la situación común de esas mujeres desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX, periodo en el que ocurren las historias contenidas en el volumen, mismo que ha sido estudiado con minucia por el historiador y escritor: la represión, la explotación, la violencia física y psicológica, la desigualdad, la doble moral que las endiosa para unas cosas y las condena por otras, la negación de derechos, la cosificación. En todo caso, situaciones que lamentablemente no han desaparecido de este contradictorio ethos paisa que se ha ensañado durante décadas con las mujeres. Este es, quizás, uno de los asuntos en los que radica, lamentablemente, la actualidad de estas historias cuya veracidad puede corroborarse en la prensa de la época o en el archivo judicial de esta ciudad.
Este comentario no quedaría completo sin alguna consideración sobre la forma de los relatos que, me atrevo a decir, muy literariamente construye Betancur Gómez. Desde el recuento lineal de los hechos, pasando por el inquietante procedimiento de comenzar una historia por el final, hasta el muy depurado estilo detectivesco que esconde y hace aparecer elementos de la trama para finalmente conectarlos, son procedimientos que, a mi modo de ver, exceden la clásica crónica en la que algunas reseñas clasifican este libro. Tal vez sea esta una manera de resolver el problema de denominar a una escritura que usa recursos literarios para reconstruir hechos que sucedieron en el pasado no tan lejano de la historia de Medellín. Lo cual puede ser acertado si asumimos, de entrada, el estatus literario de la crónica -tan defendido por escritoras como Leila Guerriero- y el carácter ficcional de la llamada escritura de no-ficción. Esta discusión pone a Betancur Gómez en la tradición de escritores periodistas como Ricardo Aricapa, Juan José Hoyos, Carlos Mario Correa y Reinaldo Spitaletta cuya obra ha pasado a ser fuente necesaria (y literaria) de la historia reciente de Medellín.
Considero, finalmente, que este es un texto que hay que leer como divertimento, como entretenimiento, pues recuerda en todo momento el relato oral, el chisme, la historia contada y escuchada con el morbo que produce la desgracia, el hampa, el crimen y la violencia. Por otra parte, es un texto que hay que leer para pensarnos y cuestionar el relato oficial de la sociedad medellinense, de su pujanza y civilidad, y entrar en contacto con su lado más oscuro. Y es una escritura en la que hay que valorar el uso de recursos que exceden al informe de un trabajo documental y nos acercan a esa frontera indeterminada, problemática y por eso mismo interesante de esa categoría de textos que sin ser concebidos como literatura (o eso creemos los lectores) suscitan una experiencia que no tiene otro referente de comparación.
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