En mi casa, la casa de mis padres, no había biblioteca. Por eso, en cuanto empecé la universidad, quise hacerme a una. Al comienzo, mi biblioteca no tenía libros propios; la mesita del escritorio en mi habitación de estudiante albergaba por semanas los libros que prestaba en la biblioteca de la Universidad de Antioquia. Luego, vinieron los leídos, los usados, las malas copias, las ediciones baratas en ese papel áspero y opaco que, sin embargo, olía a libro. Más adelante, poco a poco, con los ingresos de los primeros empleos fui llenando con volúmenes de muy diversa índole un muro en mi apartaestudio de Prado; cuando ya no había lugar en el muro, los libros comenzaron a enfilarse en una mesa. Sí, ellos, los libros, no yo, porque creo que estamos de acuerdo en que esos objetos adquieren vida propia y se mueven por la casa y exigen un lugar o muchos lugares. Cuando la tal vida propia de los libros se veía como un desorden en mi casa de estudiante de posgrado, hubo que llevar un mueble que los acogiera. Entonces me inicié en esa causa perdida de pretender dar un orden a los volúmenes: ensayé una distribución por temas, por géneros, por épocas, por frecuencia de uso… pero, como aún eran pocos, en cuestión de semanas los libros volvían a aparecer en la habitación, en el escritorio, en el bolso del trabajo o se iban a casa de mamá y se quedaban allí largas temporadas. Sin embargo, ya tenía biblioteca; hacía mucho que pronunciaba esa palabra con propiedad. Decía “mi biblioteca”. Y debo decir que la historia no termina ahí… ¿Qué hay detrás de esa declaración de pertenencia? ¿Cuántas historias? ¿Qué tan cerca está la historia de mi biblioteca de mi historia personal?
Esas y otras preguntas surgieron durante la lectura de Bibliotecas, un libro con el que Ediciones Godot festejó sus quince años en 2023. El volumen reúne catorce ensayos (quiero llamarlos de esa manera) en los que igual número de escritores y escritoras narran la historia de la relación que han construido con sus bibliotecas: los años de formación, los sacrificios para hacerse o deshacerse de los libros, las separaciones, los celos y egoísmos con ejemplares codiciados, los hurtos, los libros que se prestan y nunca vuelven, las manías, los órdenes pretendidos, la migración hacia otros formatos, los viajes y mudanzas. Todo eso que sabemos que ocurre en la convivencia con los libros -y de lo que poco se habla- tiene lugar en estas historias que funcionan, al mismo tiempo, como reflexión sin pretensiones sobre ese otro habitante de la casa que es la biblioteca personal. Un habitante que creamos no siempre a nuestra imagen y semejanza, y que quizás no se corresponda tanto con lo que somos como con lo que queremos ser.
¿Acaso somos lo que tenemos en nuestra biblioteca personal? La biblioteca puede, desde esta perspectiva, adquirir la categoría de autorrepresentación, de autoimagen, de proyección de la persona, de imagen virtual de quien la ha creado e imaginado. Y, también, la biblioteca personal puede ser indicio; algo de lo que somos se traslada a esa selección, a esa disposición, a ese orden que se resiste a toda objetividad. Quizás sea ese el motivo por el que las cuidamos, celamos, presumimos u ocultamos: una intimidad se construye en las filas de lomos titulados; cuando conocemos la biblioteca de alguien -una incursión en la vida privada sin duda- pretendemos concluir algo sobre su propietario, suponemos historias y carácteres y conjeturamos explicaciones.
En uno de los textos incluidos en el volumen escribe la argentina Dolores Reyes: “La experiencia simbólica de la biblioteca nos conforma tanto como cualquier experiencia directa y, sin embargo, eso que no se cierra nunca y que nos termina significando una actividad febril de horas, días y años de dedicación, el armado de una biblioteca y toda una logística de similares esfuerzos para su conservación, orden y limpieza, termina siendo también algo extremadamente frágil, político, que se desarma y se pierde con una facilidad no exenta del espíritu de la tragedia y de cierto humorismo: con el exilio, la pobreza o la muerte, una biblioteca es lo primero que se pierde” (p. 116).
Un año después de la pandemia, en 2021, enfermé y debí regresar a casa de mi mamá, al pueblo. El cambio de espacio implicaba separarme de algunos libros de “mi biblioteca” y buscar la manera de que los que conservaría no sufrieran con el trasteo (¡Fíjense que hablo de los libros como si me refiriera a una persona!). Durante dos días hubo que organizar en cajas y envoltorios de plástico lo que, en ese momento, consideraba como “todo lo que había conseguido”, así decía. Nada fue tan triste como ver las cajas y pilas de libros buscando un lugar en la casa materna. Sentí que todo había terminado y que otra vida comenzaba, pero los libros, “mi biblioteca”, estaban ahí conmigo. Frágil como yo, la biblioteca me acompañó y me sigue acompañando; me aferré a ella. Aún es el espacio donde yo ceso, donde todo cesa y siento que estoy.
Ahora, como correlato de mi vida, tengo dos bibliotecas: la de la casa en el pueblo y la de mi espacio en la ciudad; ambas me definen a veces, me contradicen otras, me interrogan y me proyectan. Y siempre son un desorden que no respeta géneros, geografías, temas u orden alfabético. Sin embargo, como les pasa a todos los autores de este libro que comento, rara vez olvido donde está guardado tal o cual título. La biblioteca, como el recuerdo, también se guarda en la memoria (la de la cabeza y la del corazón).
*Los escritores y escritoras que aparecen en este volumen son: Katya Adaui, Selva Almada, Jazmina Barrera, Jorge Carrión, Luis Chitarroni, María Sonia Cristoff, Mercedes Halfon, Martín Kohan, Brenda Lozano, Carla Maliandi, Emiliano Monge, Dolores Reyes, Edgardo Scott y Reynaldo Sietecase.
Frente a la amenaza de extinción de la biblioteca pública (una tragedia) la biblioteca personal parece un oasis. Las bibliotecas públicas y personales son parte de nuestra construcción cultural. Dignas de protección.
ResponderEliminarGracias por leer y comentar. Su comentario me hace pensar en los modos como cuidamos (o descuidamos) nuestras bibliotecas. También eso dice cosas de uno ¿O no?
ResponderEliminarLas bibliotecas personales cuentan un poco la historia de cada lector. Hoy, casada con un historiador y gran lector; agradezco tener en mi casa ese espacio privilegiado, espacio al que me acerco para escoger qué leer, según mis inquietudes y sugerencias del momento.
ResponderEliminarMira que varios de los ensayos hablan de lo que pasa con las bibliotecas de las parejas, tanto cuando se unen como cuando se separan. Juntar las bibliotecas es como una iniciación, algo casi sagrado, es un símbolo de algo que une no solo objetos ... Gracias por leer y comentar La parroquia.
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