La ciudad de La Habana está llena de monumentos; en Centro Habana pueden caer las casas de los cubanos más pobres (porque en la isla hay desigualdad, no me digan que no), pero jamás los monumentos. Porque, como lo dijo Karla Suárez en su novela El hijo del héroe , la Revolución necesita héroes, relatos que sustenten esos heroísmos y monumentos. En todo caso, los monumentos en Cuba y en cualquier parte están levantados sobre mentiras; además de anacrónicos, me resultan sospechosos. El bronce brilla, pero aquello que representa (el pueblo, la lucha de las mujeres, el orden, la revolución, la patria, los mineros) sigue su corrupción sin que nada la altere; los monumentos sirven para recordar cosas, para perpetuarlas, no para cambiarlas. Quizás los modelos de ciudad de las sociedades de finales del siglo XIX y comienzos del XX vieron en los monumentos una manifestación de civilidad. Cada uno quiso imponer su versión de la historia levantando conquistadores y patriotas de hierro...